La Voz de Almeria

Tal como éramos

Los 10.000 litros de agua de Araoz

Hace 50 años los almerienses consumíamos en verano 10.000 litros diarios de agua de Araoz

En los pesqueros de Almería no faltaba el botijo lleno de agua de Araoz, que fue el agua de varias generaciones.

En los pesqueros de Almería no faltaba el botijo lleno de agua de Araoz, que fue el agua de varias generaciones.

Eduardo de Vicente
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Fuimos varias generaciones de almerienses los que crecimos con el agua de Araoz en una época en la que beber el agua del grifo era una aventura para paladares curtidos en mil batallas. El sabor a cloro era insoportable y teníamos que recurrir a nuestra cercana agua de Araoz no solo para apagar la sed sino también a la hora de hacer las comidas.

Hace cincuenta años, en el verano de 1975, casi todas las tiendas de comestibles tenían sus bidones para vender el agua de Araoz. Todavía no había llegado la moda de las aguas embotelladas y el plástico y el consumo del agua de Araoz era generalizado, llegaba a todos los barrios donde pudieran llegar los camiones con el repartidor. Aparcaban en la puerta de la tienda, desenredaban la manguera y la enchufaban mediante un motor al bidón. Había negocios que vendían tanta agua que tenían dos bidones en la trastienda para poder responder a la gran demanda de agua que se desataba sobre todo en los meses de verano. Hace medio siglo los almerienses consumíamos diez mil litros al día de agua de Araoz, por lo que los camiones distribuidores estaban presentes a todas horas en nuestras calles, para alegría de los niños que acudíamos en bandadas a ver si podíamos meter la boca en el grifo. En invierno, el consumo bajaba a dos mil litros diarios.

El agua venía de un manantial que estaba a quince kilómetros de la ciudad, en la sierra de Benahadux y Gádor. Brotaba a treinta metros de profundidad en una galería de doscientos setenta metros de longitud. Allí estaba la fuente de los Alamos, que surtía a toda Almería con un caudal de doscientos setenta mil litros diarios.

La empresa de la familia Cumella, que se encargada de la distribución, traía el agua en grandes camiones desde su lugar de origen hasta los depósitos que había junto a la Carretera de Ronda, enfrente del sanatorio de la Bola Azul. Una vez almacenada y debidamente tratada con una gota de cloro para cada litro de agua, llegaba el turno de las camionetas equipadas con sus cubas correspondientes, que se encargaban de llevar la bendita agua de Araoz por todos los rincones. En los años setenta, el barrio que más agua consumía era El Zapillo, debido a las familias que venían de fuera a tomar los baños de mar, que llenaban los apartamentos y multiplicaban por tres la vida de aquel distrito.

La venta del agua de Araoz tenía su protocolo. El cliente que iba a la tienda a comprar tenía que llevar el recipiente. Todavía sobrevivían las garrafas de cristal, también conocidas como damajuanas, que iban protegidas por una cubierta de esparto, aunque fue por aquellos años cuando empezaron a ponerse de moda los envases de plástico con aquellas garrafas de colores que formaron parte de nuestra infancia cuando éramos los niños los que teníamos que ir a por el agua.

La milagrosa agua de Araoz estaba presente también en los trabajos. No había un taller de coches donde uno de los elementos fundamentales no fuera el botijo de barro lleno de agua de Araoz. Hasta en los barcos de pesca de bajura y en las obras, los pescadores y los albañiles se quitaban la sed con el agua de Araoz.

El agua de Araoz también se vendía suelta. Había establecimientos que en los meses de más calor hacían un buen negocio vendiendo vasos de agua fresca a dos reales. Después llegó la moda de La Casera y sobre todo la revolución de la Coca Cola, que fueron relegando a un segundo plano el ritual típico de cada verano de parar en una tienda a tomar un vaso de agua de la nevera.

El agua de Araoz era indispensable porque con ella también se hacía la comida para evitar el gusto y el olor a lejía que tenía el agua que salía por las tuberías de las casas. Había barrios por los que iba el camión del agua que venía de Felix, que también gozaba de un reconocido prestigio.

Fue por aquellos años cuando todos empezamos a ser un poco más delicados y empujados por los anuncios que echaban por televisión empezamos a desear otro tipo de agua. Fue entonces cuando comenzaron a llegar las botellas en envase de cristal con el agua de Solares y de Lanjarón, que tenían propiedades medicinales y abrían el apetito a las personas desganadas.

Después llegó la invasión de las botellas de plástico y marcas que inundaron el mercado desde todos los rincones de España compitiendo por darnos el agua más natural, lo que fue provocando, lentamente, la pérdida de importancia de nuestra querida agua de Araoz y de aquellos queridos repartidores que formaron parte de la vida de tantos comercios de barrio.

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