La Voz de Almeria

Tal como éramos

El fútbol sin ‘fisio’ y sin 'ten manager'

El entrenador era la figura clave y única y no contaba con otro apoyo que el que le prestaba el utillero masajista

En el Pavía de 1963 el que daba los masajes era el Jarropo (a la izquierda de la imagen), que también cuidaba las botas y los balones.

En el Pavía de 1963 el que daba los masajes era el Jarropo (a la izquierda de la imagen), que también cuidaba las botas y los balones.La Voz

Eduardo de Vicente
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Ahora que en el Almería tenemos un ‘ten manager’ uno se pregunta para qué sirve esta figura, si es de alguna utilidad, si su trabajo obtiene recompensa después en el campo o si simplemente es un invento más de este fútbol moderno completamente mercantilizado donde alrededor de los futbolistas ha crecido una fauna de profesionales que antes no existía.

Un entrenador actual del fútbol profesional parece un faraón del Antiguo Egipto, rodeado de un amplio séquito de ayudantes con los que se reparte el duro trabajo de entrenar un par de horas al día, de estudiar a los rivales o de poner en práctica un sistema. Qué tiempos aquellos cuando el Almería tenía un entrenador y en el banquillo no contaba con otro apoyo que el del masajista y el del utillero, cargos que a veces recaían en una misma persona. Creo, si no me falla la memoria, que la primera vez que tuvimos la figura del segundo entrenador fue en Primera División cuando Maguregui tenía la ayuda de Salvador Echave.

El entrenador era el que preparaba el trabajo semanal, el que corregía a los jugadores en los ensayos, el que discutía con ellos los asuntos extradeportivos y el único que tomaba decisiones una vez que empezaba el partido. Junto a él, sentado en el banquillo, estaba el masajista, lo que ahora se llama ‘fisio’ pero sin estudios. El masajista de antes había aprendido el oficio en la universidad de la calle y en los descampados y no se conocía el nombre de cada músculo del cuerpo. Los jugadores de antes no se lesionaban los cuádriceps ni los isquiotibiales, se lesionaban la pierna y con eso era suficiente. Entonces llegaba el masajista sin más instrumentos que el bote del Tío del Bigote o del Reflex que llegó después, con una toalla sobre los hombros, la botella de agua del grifo que en Almería era milagrosa de verdad por la cal que llevaba y un rudimentario botiquín donde lo más moderno era una botella de alcohol.

Todos conocimos a Claudio Pimental y a Cubillo, que fueron masajistas y utilleros, que se hicieron viejos en el fútbol enseñando a los que venían detrás. En esa lista de ‘fisios’ sin carnet figura con letras mayúsculas el nombre del Miguel Carmona Llobregat, alias el Jarropo, el eterno ayudante del Pavía.

El Jarropo era el que limpiaba las botas de los jugadores y las dejaba brillantes sin necesidad de betún, el que se encargaba de que la ropa estuviera limpia los domingos, el que atendía las peticiones de cada futbolista y también, el fisioterapeuta en un tiempo en el que todavía no se habían inventado, y en el que tampoco existían las microroturas fibrilares y cuando un jugador sufría una de estas lesiones el diagnóstico se resumía con una frase que englobaba todos los grados: “Tiene un tirón”.

El Jarropo se sentaba en el banquillo del Pavía al empezar el partido y al minuto ya estaba levantado atendiendo a todo el que se caía al suelo. “Que salga el masajista”, decía el árbitro, y allí iba el bueno del utillero, con su chándal ceñido al cuerpo y su botella de plástico llena de agua y una toalla sobre el cuello. Si el lesionado se

quejaba del muslo o de la pierna (entonces no se conocía el cuádriceps ni el biceps femoral), el Jarropo le echaba en la zona afectada un chorro de agua del grifo que era milagrosa de verdad y le daba tres o cuatro refriegas con alcohol hasta que se recuperaba, antes de que apareciera el Reflex, que fue un gran invento para los masajistas.

En aquellos tiempos el fútbol era muy distinto al actual y los equipos, al menos los modestos que veíamos jugar en el estadio de la Falange, no tenían la costumbre de hacer un calentamiento intenso antes de los partidos como ocurre ahora. Antes se metían en la caseta, se ponían la vestimenta, recibían las consignas del entrenador, se echaban una refriega de linimento y salían a jugar sin haber movido un músculo previamente. Era un ritual parecido al del fútbol callejero, cuando pasábamos de estar sentados en los trancos cambiando estampas a empezar a correr detrás de la pelota sin haber hecho un estiramiento.

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