Los turistas de la Alcazaba ruinosa
En 1934 el embajador de Francia en la Liga de Naciones fue apedreado en la Alcazaba

Puertas de acceso al primer recinto de la Alcazaba en un penoso estado cuando el recinto estaba rozando la ruina.
En 1930, el ramo de Guerra estaba ya tan harto de la Alcazaba que no sabía que hacer con aquel gigante que se iba desmoronando año tras año convertido en una ruina. Le sobraba con mantener el tercer recinto, donde los militares dirigían la estación radio-telegráfica que nos ponía en comunicación con el exterior.
Como el ramo de Guerra ni quería ni podía hacerse cargo del monumento, pensó que lo más coherente para sus intereses y también para los de la ciudad, sería deshacerse de él, por lo que decició que lo más conveniente era cedérselo a la Instrucción Pública y que fuera el Patronato Nacional del Turismo el que se hiciera cargo de la Alcazaba para afrontar su conservación y emprender su reconstrucción.
Hasta enconces, el ramo de Guerra le había dado distintas utilidades al recinto, que de monumento empezaba a tener solo el recuerdo debido al abandono al que estaba condenado. En 1885, cuando la epidemia de cólera azotó con dureza la ciudad, los militares cedieron la Alcazaba para acoger a las familias de los barrios más afectados por la enfermedad. Fue en 1908 cuando se autorizó al Cuerpo de Ingenieros para la instalación en el tercer recinto de una estación radiotelegráfica para hacer de puente entre Melilla y Almería y cubrir el servicio militar de comunicaciones. La situación estratégica de Almería, clave para la conexión entre el norte de África y Madrid, llevó al montaje de esta estación en una época convulsa por los continuos intentos de sublevación de las cabilas africanas contra los intereses españoles.
Nuestro principal monumento vivió décadas oscuras, militarizado y dejado de la mano de Dios, sin que nadie reparara en su conservación ni en sus posibilidades de futuro. Fue en los años veinte cuando un ciudano austriaco, Rodolfo Lussnigg, llegó a Almería para dirigir el Hotel Simón y de paso despertar las conciencias de los políticos y los ciudadanos sobre las riquezas desaprovechadas que teníamos en esta ciudad. Fue uno de los promotores del Patronato Pro-Almería que desde 1928 intentó aprovechar el auge turístico en torno a las exposiciones de Sevilla y Barcelona para poner en valor una ruta a través del Mediterráneo que uniera Barcelona con Sevilla, siendo una de las escalas la ciudad de Almería.
En aquellos años empezaron a llegar expediciones de turistas extranjeros a nuestra ciudad, siempre de la mano de don Rodolfo, que los acogía en su hotel del Paseo y les explicaba la historia de Almería sobre el terreno. Todos los visitantes pasaban entonces por los jardines del cortijo de Ficher, donde eran invitados a una sesión de te, y por las instalaciones de la Alcazaba, que a pesar de presentar un estado lamentable causaba impacto en los turistas por su peso histórico y por sus impresionantes vistas.
Cuando a mediados de los años treinta se concretó el traspaso de jurisdicción del ramo de Guerra al Ministerio, y la Alcazaba quedó bajo la tutela de la Instrucción Pública, se abrió un tiempo de esperanza para el monumento, que empezó en abril de 1934 cuando el arquitecto director de la Alhambra de Granada, Leopoldo Torres Balbas, visitó la Alcazaba acompañado de Rodolfo Lussnigg y dio instrucciones para que el recinto fuera declarado cuanto antes monumento nacional para que el Estado la prestara la protección necesaria.
Fue el propio Lussnigg el que empezó las reformas, cuando le pidió al alcalde de la ciudad que arreglara la subida a la Alcazaba, que se encontraba en unas condiciones tan lamentables que apenas podían transitar los coches. Mientras tanto, el dueño del Hotel Simón seguía trayendo turistas y llevándolos a visitar el monumento, sin importarle el abandono del lugar y la peligrosidad de algunos vecinos que vivían en sus inmediaciones.
En abril de 1934 ocurrió un lamentable suceso que puso en evidencia la incultura que rodeaba el casco histórico. Cuando el señor Lussnigg trataba de acceder a la puerta del recinto acompañado de Jean Hennessy, embajador de Francia en la Liga de Naciones y la señorita Hebert, directora de un prestigioso instituto de París, que venía a su vez acompañada de diez alumnas, fueron apedreados por una horda de chiquillos que hirieron a varios expedicionarios.
La lucha por rescatar la Alcazaba pasaba porque fuera declarada monumento nacional y que de esta forma fueran consignadas en los presupuestos las cantidades necesarias para su conservación y exploración. Se llegó a crear un Patronato Pro-Alcazaba y se logró el apoyo del arquitecto Torres Balbas, pero las buenas intenciones se quedaron solo en eso, ya que el estallido de la guerra civil paralizó cualquier intento de rehabilitación. En los días de guerra, un destacamento antiaéreo veló por la seguridad de los almerienses en uno de los puntos más elevados de la fortaleza.