Almería y su belleza perdida
Ni la Puerta de Purchena ni el Paseo, por muy peatonales que vayan a ser, podrán recuperar su encanto original

La Puerta de Purchena y el Paseo en los años 50 cuando eran dos de los rincones más hermosos de la ciudad, con su vida tranquila, sus casas nobles y sus comercios clásicos.
La Puerta de Purchena era como la plaza principal del pueblo, la sala de estar donde la ciudad recibía a los visitantes antes de presentarles la pasarela del Paseo. Bastaba con recorrer ese trayecto para embriagarse del alma de Almería. La esencia de aquella ciudad mediterránea revoloteaba como un duende bajo los toldos de colores de los comercios de la Puerta de Purchena, en los veladores de los cafés del Paseo y a lo largo y ancho de toda aquella gran avenida sembrada de edificios solemnes como palacios.
En las tardes de verano, cuando el sol tocaba retirada, aquellos escenarios se llenaban de gente que salía a pasear y a tomar el fresco que entraba como una bendición desde el puerto. Como no había grandes edificios que hicieran de pantalla, la brisa del mar se colaba a chorro y llegaba hasta la misma Puerta de Purchena como si se hubiera abierto una ventana.
A las seis de la tarde, cuando la sombra empezaba a dominar las avenidas, pasaba la regadora municipal para refrescar el pavimento y mitigar el polvo. Era la hora de los cafés, cuando las terrazas se llenaban de una clientela fija, cuando por las aceras rondaban los vendedores ambulantes con las chufas y los helados en busca de los niños. Encontrar una mesa libre en los dos establecimientos de referencia como eran el Español y el Colón era complicado cuando llegaba el mes de agosto y una tarea casi imposible en los días de Feria.
La Puerta de Purchena, allá por los años cincuenta, mostraba varios escenarios. En el centro de la plaza habían colocado unos jardines con una pequeña meseta donde se instalaba el policía municipal que se encargaba de regular el tráfico, antes de que el tráfico devorara a los propios guardias. Todavía existía en el centro el sótano donde estuvieron ubicados los urinarios, un hueco que parecía la boca de entrada al metro que nunca tuvimos.
La diversidad de la Puerta de Purchena la marcaban sus negocios. La acera del cañillo, bajo la solemnidad del edificio de las Mariposas, tenía vida propia con comercios de tanta solera como el restaurante Imperial, Calzados el Misterio o la sastrería de Molina Hermanos. Allí convivían con los puestos ambulantes que se colocaban pegados a la acera, pequeños tenderetes donde lo mismo podías comprar un paquete de tabaco de contrabando que una caja de preservativos de estraperlo o unas medias de cristal de las que traían en el barco de Melilla.
En la subida hacia la Rambla de Alfareros, la Puerta de Purchena presumía de los grandes edificios donde estaban instalados los negocios de la ferretería Vulcano, el Río de la Plata y la familia de Durbán. Era un punto estratégico y también un rincón peligroso cuando llovía más de la cuenta y la vieja rambla que bajaba del Quemadero y el cerro de las Cruces enseñaba sus fauces y anegaba la Puerta de Purchena.
La acera principal era la que comunicaba directamente con el Paseo, donde estaba el fantástico bazar de Almacenes Segura, la perfumería Venus, la jamonería Andaluza, las máquinas de coser Singer, la casa del cuartel de la benemérita y los zapatos Olympia, que era proveedor oficial de las mutuas de la Policía Armada y de la Guardia Civil.
La acera de Segura, Venus y Singer era el territorio del comercio tranquilo y de la vida sosegada, con sus toldos de colores que llenaban de sombras los escaparates en los días de verano, con el bullicio de los días de Navidad, cuando las vidrieras se llenaban de luces, cuando se formaban colas para el día de Reyes. Ese trozo de acera hoy es un escenario irreconocible como la misma Puerta de Purchena, donde a alguna mente brillante se le ocurrió colocar una de las entradas al parking, un auténtico adefesio, provocando una contaminación visual imperdonable. Hoy caminas por esa acera y tienes que sortear la terraza de un establecimiento hostelero al que el Ayuntamiento le ha permitido adueñarse del espacio público con una terraza que apenas deja hueco para pasar y que además rompe en mil pedazos el equilibrio estético de un lugar con tanta historia.