Reformas
Reformas
Dilucidar si la reciente reforma constitucional es un ejercicio de responsabilidad política o una más entre las claudicaciones que los mercados imponen a los gobernantes, es un ejercicio intelectual inútil y una disquisición tan irresoluble como intentar averiguar que fue antes si el huevo o la gallina.
La clase política está diluida, mimetizada en un juego de simbiosis con el poder económico-financiero, así que los acertijos dejan de tener sentido, porque hace tiempo que la incógnita no es saber: ¿quiénes deciden el curso de nuestras vidas o donde reside la verdadera soberanía? Esa que antes iba vinculada al calificativo de popular y ahora rezuma la fetidez de las utopías trasnochadas y podridas, un espejismo roto que probablemente nadie pueda volver a recomponer.
Como ejercicio de adivinación o indagación futurista, reporta mayor interés conjeturar como acabará todo esto, hasta donde podrá llegar la desvirtuación de las sociedades democráticas que se acogieron a principios programáticos como los de la igualdad o el imperio de la ley, hoy amenazados y percibidos por algunos como galantes brindis al sol o puro artificio decorativo. Si hay un desplazamiento o si se quiere un secuestro de la soberanía popular, propiciado por la rendición incondicional de unos gobernantes devaluados hasta el ridículo, no tardará en producirse un colapso de las estructuras ideológicas, morales y sentimentales, por los cuales un sector de la humanidad convino y aceptó, que la aspiraciones de justicia, pluralismos, defensa del interés general, extensión del bienestar social eran no sólo deseables sino también factibles y reemplazaremos estos principios por otros, más acordes a nuestras necesidades reales e inmediatas, las impuestas desde otras fronteras del pensamiento donde impera la insaciable codicia, la especulación y no la producción o sálvese quien pueda, por resumir.
Puede ser asumible otra óptica, pensar que Zapatero ejerciera hasta sus últimas consecuencias un ejercicio de responsabilidad política y escogiera entre otra vuelta de tuerca o dejar a un país en quiebra económica y preparado para un rescate humillante, la primera opción, con reforma constitucional incluida. En este caso la propia falta de alternativas y la ausencia de poder de maniobra, son una confirmación del chantaje y sabotaje a unos políticos consentidos, derrotados y por extensión a todo un pueblo que prórroga su ignorancia junto a la hoguera condenatoria de los ideales y el progreso.
Algunos políticos han escogido una casa de muñecas, usurpado los verdaderos espacios de las calles y las plazas, las ciudades y los pueblos, quedan para tomar una tacita de té con la señorita Pepis a las cinco, toman unas pastas sin sobresaltos y vuelven a sus casas de juguete para reescribir el juicio de la historia, que a buen seguro los absolverá.