Cañones o mantequilla? La famosa disyuntiva que explicaba Samuelson en ese entrañable tocho sobre el que tantas dioptrías nos dejamos, se viene repitiendo desde que el hombre es hombre y a los economistas les diera por revisitar los refranes, porque todo el mundo sabe que es imposible estar en misa y repicando. En todo caso y una vez asumido el hecho impepinable del empobrecimiento venidero generalizado -tal como ha vuelto a decir en una concurrida conferencia el admirable Paco Martínez Cosentino- habremos de ir decidiendo dónde pegamos el recorte o recortes que permitan que nos salgan las cuentas. Y aquí es donde se estrellan los talentos. ¿Qué es lo necesario y qué es lo accesorio? Podríamos escribir todo el ejemplar de hoy y no terminaríamos de definirlo, porque los criterios son de lo más dispar. Ante la duda, recomendaría tirar del sentido común para decidir qué gastos son prescindibles. Por ejemplo, parece difícil sostener argumentalmente que no se pague a las residencias de ancianos mientras se mantienen los presupuestos para el doblaje de películas en un idioma de ámbito minúsculo. Bueno, pues eso está pasando en Cataluña, arruinada región que ha destinado dinero público a que un cabecilla tribal cruce el océano a recibir una lanza o palitroque ritual de manos de un líder amazónico que tenía el gran mérito de no hablar español, idioma que estos iluminados consideran necesario eliminar a toda costa y a todo coste. Embajadas de juguete por medio mundo, sí. Atención a los viejos, no. A veces me pregunto si el verdadero recorte no debería empezar por algunas cabezas.