El ministro que vino a Almería con Carrero Blanco
Juan José Rocha desayunó huevos camperos en el Cortijo Martos de Pechina, almorzó rosbif en La Campana y merendó viendo torear a Belmonte en la Avenida de Vilches

El ministro de Marina, Juan José Rocha, con el traje blanco cruzado junto a otra autoridades de la época en el Cortijo Martos de Pechina, mirando pámpanos de uva.
Llegó en automóvil impecable -como su traje de alpaca - a una Almería ya pervertida por el clima prebélico. Eran las 8 de la tarde de un sábado25 de agosto de 1934, cuando el cartagenero Juan José Rocha, a la sazón ministro de Marina, se bajó del auto frente a la entonces sede del Gobierno Civil, en Javier Sanz, junto a su colaborador y muchos años después asesinado almirante Luis Carrero Blanco.
No vino, Rocha, a trabajar mucho por Almería, en ese viaje al sur por caminos polvorientos aún adueñados por animales de tiro. Fue un viaje casi de deleite, copioso, con la ciudad sureña en plenos festejos patronales, con guirnaldas en el Paseo y estruendo de cohetes en la Plaza Vieja.
Le aguardaban, como quien aguarda a un marahá de Kapurthala, el gobernador Enrique Peyró, el presidente de la Diputación José Guirado y una compañía de Infantería que le rindió honores.
No estaba Almería -como el resto del país- en sus tiempo más épicos: la crisis económica se cebaba con la clase trabajadora que se marchaba por miles a la emigración americana. El paro obrero alcanzaba a más del 40% de la población activa y el fraccionamiento político hacía temer lo peor, como así ocurrió apenas dos años después cuando la Guerra entró en la ciudad como cuchillo en manteca. Almería estaba en pleno Bienio negro, con el Partido Republicano Radical (de centro derecha) de Lerroux en el Gobierno en un equilibro inestable de poder, en esa República a la que, entre unos y otros, no dejaron hacerse mayor.
Tras pasar revista a la tropa, Rocha, que venía de ser embajador en Portugal, presidió una recepción oficial con las autoridades civiles y militares de la provincia, el presidente de la Audiencia, el presidente de la Caseta Salvamento de Náufragos, el Comandante del Batallón de Ametralladoras o el secretario de la Cámara Uvera, entre otros gerifaltes.
También acababan de llegar de Madrid los diputados a Cortes los señores Giménez Canga-Argüelles, Cassinello Berroeta y Gallardo para aprovechar la estancia del ministro y pedirle mediación en el pleito de las comunicaciones con Melilla. Tras el vino de rigor, tuvo lugar esa misma noche, con la presentación del alcalde, el republicano Francisco Sánchez Moncada, el acto de Los Mártires de la Libertad. Subió al estrado entonces Rocha y con vozarrón de tribuno romano, entre gotas de sudor que se derramaban por su frente, empezó a arremeter contra Fernando VII y el triste recuerdo de Los Coloraos ajusticiados junto a La Alcazaba un siglo antes.
Al día siguiente, tras haber asistido a un espectáculo de flamenco en el andén de costa amenizado por el Niño de la Alcazaba y el guitarrista Miguel El Tomate, el gobernante dio cuenta de un desayuno campestre, con salchichas y huevos de corral, en el Cortijo Martos, en Pechina, propiedad del los herederos del industrial uvero Braulio Moreno Jiménez.
Allí en el porche de esa hacienda majestuosa aguantó Rocha, con su traje claro cruzado y abrochado, su corbata y pañuelo de hilo reglamentario, bajo un sol canicular, presenciando cómo mujeres con rempujas limpiaban los pámpanos y envasaban la uva en los barriles No bastó: Almería quería seguir halagando al titular de Marina y en el salón de actos de la Diputación le organizaron un pantagruélico banquete con la misma decoración de cargos institucionales del día anterior, a los que se unieron los diputados Tuñón de Lara y Vega de la Iglesia.
Dieron cuenta del menú, servido por el Restaurante La Campana compuesto por entremeses variados, tortilla de champiñón, volauvent de pescado, pollo con tomate, rabo de toro, rosbif a la inglesa con patatas, puding diplomático, vinos Diamante y Rioja Alta, champán Viuda de Cliquot, café y licores. Terminaron, de esta guisa, después de dos horas, los comensales, brindando por España y por el presidente Alcalá Zamora.
Y de ahí, salió el bueno de Rocha en coche de caballos hasta la Plaza de Toros donde lidiaban Juan Belmonte, Domingo Ortega y Laserna.
Allí se acomodó este hercúleo ministro, haciendo pesada digestión, en un palco sembrado de mantones de manila y de ojos negros femeninos que lo miraban como quien mira a un cardenal romano.
Partió Rocha con su asistente Carrero Blanco al atardecer, después de unos días opíparos en una Almería desquiciada por las turbulencias políticas y por el hambre pura de los jornaleros y estibadores.