El cacique del Puerto de Almería
Francisco Javier Cervantes, llegado de Cartagena en 1899, fue uno de los personajes más controvertidos de la ciudad en los primeros años del siglo XX; odiado y querido a un tiempo, lo fue todo y tuvo que acabar huyendo

Retrato del ingeniero Francisco Javier Cervantes y Sanz de Andino con el traje de gala del Cuerpo de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos.
Fue Francisco Javier Cervantes, el ingeniero jefe del Puerto de Almería a principios del siglo XX, uno de los personajes más controvertidos de la historia de la ciudad -hay cientos de documentos que lo atestiguan- con una compleja personalidad que marcó una época. Fue Dios y demonio; héroe y villano; paladín y traidor, todo a un tiempo. Tirios y troyanos estuvieron a sus órdenes: unos lo ensalzaron hasta querer rotular el Parque Viejo con su nombre y otros lo crucificaron hasta querer verlo penando en una prisión que nunca llegaría a pisar, cuentan que por sus muchos valedores en Madrid. Levantó amores y odios, filias y fobias el ingeniero Cervantes, gran aficionado a las francachelas y festines en el Casino del que fue presidente; protagonizando duros enfrentamientos en la Cámara de Comercio, de la que fue también presidente, con sus rivales empresariales y políticos.
Cervantes llegó a Almería en 1899 procedente de Cartagena donde había nacido en 1873 y de inmediato se casó con Gracia Acuña Craviotto. Era ingeniero de Caminos y abogado y participó en varios proyectos ferroviarios antes de incorporare como ingeniero auxiliar al Puerto de Almería en el que quedaban muchas cosas por hacer. Y a partir de 1902 relevó como ingeniero jefe a Federico Molini. Cervantes tuvo, entre otros ayudantes, al ingeniero Eusebio Elorrieta, que fue director del Puerto muchos años después.
Cervantes fue uno de los artífices de la modernización del Puerto de Almería hace ahora más de cien años. Contribuyó a desatascar y a conseguir financiación para los dos grandes proyectos del Muelle en esa época: el ensanchamiento del Andén de Costa, donde hoy está la terminal de pasajeros, y la finalización del dique de Levante, en obras en la actualidad como parte esencial del futuro Puerto Ciudad. Durante la visita en 1908 del ministro de Fomento Augusto González Besada no dudó en ponerse un traje de buzo en las escalinatas reales para colocar la última piedra del dique de Poniente.
Cervantes disponía de una personalidad arrolladora, con su bigote nacarado, con su porte de hidalgo murciano, con sus entorchados en la pechera como se observa en este retrato colgado en la Cámara de Comercio, la institución en la que suscitó numerosas controversias con sus miembros. Uno de sus principales enfrentamientos fue la lucha que mantuvo para conseguir ingresar en esta institución en 1907, negándosele el ingreso al no ser ingeniero industrial sino de caminos. El cartagenero apeló entonces al ministro de Fomento quien hizo modificar las condiciones de las cámaras para que Cervantes pudiera entrar y durante dos años, de 1914 a 1916 llegó a ser presidente. Antes fue nombrado Hijo Adoptivo de la ciudad de Almería y sus negocios uveros iban viento en popa, a pesar de su puesto como director del Puerto era incompatible con el desempeño de actividades privadas.
Su labor al frente del Puerto -fue el director que contribuyó a finalizar obras que llevaban años en sordina- motivó también que la sociedad almeriense le organizara un pantaguélico banquete en el Teatro Variedades “por haber conseguido situar al puerto de Almería como uno de los mejores del Mediterráneo”, se decía en la prensa para justificar el homenaje. Su popularidad se acrecentaba también por ser pionero del automovilismo en la ciudad. Entre los primeros autos que circularon por aquella ciudad polvorienta estaban los de Cervantes, un Berliet y un Hispano Suiza, y sufrió varios accidentes que a punto estuvieron de costarle la vida. Disponía también de casa en Alhabía y en Enix y de uno de los primeros palacetes burgueses que se construyeron en Aguadulce, con jardines colgantes sobre los acantilados.
Se metía el protagonista en todo tipo de empresas e iniciativas como la del ferrocarril estratégico Torre del Mar-Zurgena que diseñó y del que obtuvo concesión para su construcción, aunque nunca vio la luz, aunque fue aprobado por el ministro Rafael Gasset en 1912. Se trataba de un tren que arrancando en la provincia de Málaga, pasaría por Motril, cruzando la Alpujarra, Tabernas, Sorbas, Vera, Cuevas del Almanzora y acababa en Zurgena. De Tabernas bajaría un ramal a Almería, Pechina, Rioja y Viator. Fue el sueño de un tren que nunca llegó, como tantos en esta provincia, pero que empleó ríos de tinta en hablar de él como ‘el proyecto de Cervantes’. También participó en la instalación de la línea de Alquife a La Calahorra para traer mineral de hierro, redactó en 1910 el primer proyecto de alcantarillado de Almería y el de varios saltos de agua y empresas eléctricas en los ríos Andarax y Nacimiento. También redactó el proyecto del Varadero en 1913 que no se inauguró hasta 1929.
Su figuraba brillaba en esas primeras dos décadas del siglo XX, pero empezó también a cosechar enemigos por tanta voracidad y muchos de los más profundos elogios se transformaron en críticas despiadadas. Fue siempre fiel al Partido Conservador y del periódico El Radical de José Jesús García le empezaron a llegar acusaciones de todo tipo, de que cambiaba proyectos para favorecer a los contratistas a cambio de prebendas, de actuar de manera caciquil y corrupta con el dinero del Puerto. La Cámara de Comercio pidió un voto de censura contra él y un inspector llegado del Ministerio lo hizo dimitir en 1916 cuando revisó sus libros de cuentas. Volvió a casarse con Emilia Orozco Campos y en 1920 se avecindó en Madrid con ocho hijos de los dos matrimonios y tres sirvientas. Su estrella había palidecido y el fulgor del ingeniero Cervantes había cesado en Almería. Falleció en la Villa y Corte en 1962.