La Voz de Almeria

Historias de Almería

Los 60.000 artículos de Martín Navarrete

Nació en Cantoria, se crió en Vera y vive su jubileo en las huertas de Mojácar, en las faldas de la montaña mágica; fue tenaz periodista en La Vanguardia de Barcelona y después 25 años corresponsal de Abc en Almería

Francisco Martínez Navarro ‘Martín Navarrete’, este verano, en el despacho de su casa solariega de Mojácar, junto a su vieja máquina de escribir y sus artículos enmarcados en la pared.

Francisco Martínez Navarro ‘Martín Navarrete’, este verano, en el despacho de su casa solariega de Mojácar, junto a su vieja máquina de escribir y sus artículos enmarcados en la pared.

Manuel León
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Ha tenido más pseudónimos que un espía; aunque lo suyo no ha sido espiar, sino contar, narrar, relatar cómo pasaba la vida -la vida de Almería- en los 70, en los 80, hasta los años 2000. Es Martín Navarrete, genio y figura -más genio que figura- el maestro/periodista aguerrido, con ojos oscuros y piel aceituna, el free lance, el chico para todo de aquellos periódicos que se manchaban de betún y mantequilla con los primeros claros del día; es Martín Navarrete, que también fue Francisco Arboleas y F. Martínez y tantos motes como periódicos en los que se ofreció a tejer historias como tejían jarapas las Mundas en los viejos telares de Mojácar la antigua, junto a la plaza del Arbollón; es Martín Navarrete -Francisco Martínez Navarro (Los Terreros, Cantoria, 1941) ese veterano reportero con alma imberbe aún, que desde 2007 vive retirado del trajín de la tinta y de los teléfonos, de los fax y del window 95. Una trombosis en su ojo derecho le retiró antes de lo que hubiera querido, aunque, con el tiempo, ha terminado por dejar de añorar. “La añoranza no conduce a nada bueno”, dice, mientras muestra su máquina Hispano Olivetti, que tanto aporreó en sus primeros años como profesor y periodista self made durante el tardofranquismo y la Transición; dice, con algunos de sus artículos colgados en la pared blanca como trofeos de cetrería; dice, con 84 años trasegados, dedicado ahora a los placeres de aquel Padre Mundina: a cuidar sus plantas, a regar sus macetas, a podar sus naranjos y limoneros, como podaba adjetivos en sus crónicas apresuradas.

Vive con su mujer en las huertas de Santa María, junto a un vecino chino, los Porreras, Paco Valero y una Cosentino, en el regazo de la Mojácar eterna, en un glorioso vergel regado por acequias con agua de la fuente legendaria de Iribarne de los Ríos, con vistas a los cortijos de Cuartillas y del Corral Hernando. Hasta allí trepan los fines de semana sus hijos y los hijos de sus hijos y hasta una bisnieta vivaracha, para visitar al tronco del que ha brotado todo ese ramaje feraz.

Paco nació en Cantoria, la perla del Almanzora, hijo de un guardia civil de carretera manta, por lo que fueron mudando de distrito, desde Baza a Garrucha, hasta llegar al prontuario de Vera, donde la familia se estableció. Allí pasó su juventud el que aún no era Martín Navarrete; allí estableció lazos con otros compañeros de quinta como Antonio Carmona, Frasquito Núñez el de Banesto, Pepe Robles, Antonio Galindo o Jacinto Soler. Fue muy veratense, aunque ha terminado con corazón mojaquero, de donde remanece su esposa, Antonia, hija de José Ruiz, y donde ha vivido buena parte de su vida.

Paco empezó colaborando en Radio Vera, en un programa de poesía -quién no es poeta a los 20 años- llamado Versomanía. Era la emisora del Instituto Laboral y también enviaba artículos de la comarca denominados Costa Luminosa al diario Yugo que dirigía José Cirre. Estudió Bachillerato por libre con el maestro Juan Miguel Núñez y también magisterio y empezó a dar clases por las tardes a muchachos como José Antonio Flores, el de la Seat o al hoy cirujano Diego Ramírez. Marchó de maestro de Lengua y Literatura a Cataluña, a una escuela en Igualada y con 20 años ya empezó a colaborar con la Red de Prensa Catalana, que era como la Prensa del Movimiento en el resto de España, en aquellos tiempos en el que el Régimen era un demiurgo. Hizo periodismo en la Escuela de la Iglesia y estando haciendo la Mili en Lorca cayeron las bombas en Palomares. Le dieron tres meses de permiso y se dedicó a escribir crónicas del suceso para el Diario de Barcelona, que era el periódico más antiguo de Europa. Hasta que su tocayo, Paco Simó Orts, localizó en el mar latino la bomba que le faltaba a los americanos. En esos años llegó a publicar informaciones en tres periódicos: Diario de Barcelona, el Noticiero Universal, de José María Hernández Pardos, que le llegó a pagar a 400 pesetas el artículo, a la par que al académico Julián Marías, y en La Vanguardia. Escribía de todo, de forma estajanovista, de urbanismo, obras públicas, ecologismo y metía también cuchara en la contraportada de La Vanguardia, en una sección que se llamaba Horizonte, sobre Walt Disney, La Alcazaba o la naciente Plataforma Solar de Tabernas. Escribía por las tardes en la serenidad de su despacho doméstico y llevaba el sobre con el folio y medio a franquear a correos, excepto cuando la noticia era urgente y se la dictaba por teléfono a un taquígrafo de redacción.

Hasta que a la familia, a la que empezaban a llegarle los hijos, le entró la saudade almeriense: pidió traslado al colegio Mar Mediterráneo de Almería, hicieron el hato y se fueron a vivir a un pisito en la calle Sagunto de la capital, junto a Oliveros. Allí lo llamaron del Abc de Ansón para ficharlo de corresponsal. Era el añ0 83, con Felipe y Guerra recién llegados, y Paco, en cuanto amanecía el fin de semana y el verano se iba a su casa mojaquera. Desde allí ungió durante 25 años aquellos artículos sobre Mojácar en vacaciones, en la que el pueblo de la cal tenía tanto protagonismo tipográfico como Marbella o Mallorca, gracias a la tenacidad de Paco. Tiempos del dolce far niente, de los Premios Delfos, de los Festivales de Pueblo Indalo, de Enrique Arias, Kindelan, Gabriel Cañadas o el general Cavanillas; tiempos de aquella simpática columna en este mismo diario de LA VOZ -Tutti Frutti- en la que hacía crónica social veraniega de todo lo que acontecía al sol y a la luna mojaquera, desde su rincón preferido en la playa de Piedra Villazar frente a Parador. Más de 60.000 artículos cosechados en miles de páginas durante más de 40 años de escritura voluntariosa. El pueblo del indalo le debe un gesto, un detalle, a este perseverante cronista que se esforzó en clavar una chincheta con el nombre de Mojácar en el mapamundi, dándolo a conocer como pocos lo han hecho; a este noble jubilado que ahora vive, dedicado a su huerta y a su higuera -como el poeta de Orihuela- en una casa cortijo del color de la arcilla, entre el rumor del agua cristalina que baja de la montaña mágica y el frescor de la hierba que riega.

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