El Grupo Almería que conquistó Chile
José Hornauer López emigró siendo un niño en 1929 al país andino y fundó un holding energético denominado Grupo Almería que vendió por 2.600 millones de dólares haciendo millonarios a hijos y nietos

José Hornauer López, el primero sentado por la izquierda, junto a otros miembros de la familia pertenecientes al Consejo de Administración del Grupo Almería.
Mentar a los Hornauer en Chile es como en España a los Entrecanales o los Benjumea: una casta, un clan empresarial que lleva mandando en el sector energético desde hace casi cincuenta años, amén de otros intereses en el negocio hotelero, constructor, agrícola y ganadero. El mascarón de proa de este buque insignia de las finanzas andinas, al otro lado del mundo, se llama Grupo Almería y porta la bandera de la ciudad del indalo. El que con miles y miles de millas de por medio, a unos ricos hacendados chilenos se les ocurra el nombre de una ciudad sureña y esquinada de Andalucía para abrir brecha en los negocios no es por casualidad.
Este grupo empresarial estuvo de actualidad en los ambientes empresariales españoles porque hace unos años le vendieron a Gas Natural Fenosa (actual Naturgy) la Compañía General de Electricidad de Chile por un precio de 2.600 millones de dólares.
El Grupo Almería, como uno de los principales accionistas con un 20%, se embolsó de una tacada la cifra de 520 millones de dólares. Sonó fuerte el Grupo Almería en el sector energético mundial, con decenas de millones en juego, con brókers de los cinco continentes siguiendo la operación por la pantalla y alertando a sus clientes, al tratarse de la mayor OPA lanzada nunca en el país donde nació aquel legendario médico llamado Salvador Allende. Casi, solo casi, como un vídeo musical de Bisbal o una película de Ridley Scott, el nombre Almería, como ariete de esta macroperación bursátil en Santiago, zumbó con brío en esos ambientes financieros latinoamericanos, por otra parte tan alejados de las playas de Cabo de Gata.
Por qué un grupo empresarial de tanta celebridad se autobautizó con el nombre de la tierra de los tempranos: la razón hay que encontrarla en un niño nacido en Almería un 3 de diciembre de 1919, que con diez años partió en un vapor con su familia rumbo a Buenos Aires y de allí a la floreciente cornisa chilena, a la ciudad de Viña del mar. José Hornauer López, hijo de un técnico alemán que llegó a Almería a trabajar en las minas y de una muchacha nativa, creció en las calles del centro de la ciudad junto a su hermano Juan, en una casita blanca de la calle Granada esquina con la Avenida de Vilches. Eran los años 20, feliz década que empezó a truncarse en Almería con la crisis de la parra por la mosca blanca. Y también con la crisis minera en Serón donde trabajaba el progenitor teutón, poco acostumbrado a ese sol almeriense que picaba como un gallo viejo y al que solo se resistían tozudas las chumberas del otro lado de la Rambla.
Ese año de 1929 volvieron a emigrar en masa miles y miles de jornaleros de todos los pueblos de Almería, principalmente al continente americano sin que la Cámara Uvera pudiera frenar la hemorragia de mano de obra que embarcaba rumbo a Nueva York o Montevideo.
La familia del pequeño José lo hizo con un pasaje de primera y tres duros cosidos en el forro de la chaqueta del padre, tras haber vendido la casa, en el vapor Infanta Isabel de Borbón rumbo a la Argentina. Los empujaba el sueño de una vida mejor y pusieron mar de por medio, mientras veían desaparecer en el horizonte los barcos de vela y las palmeras del Malecón. Cruzaron el Atlántico en un mar que olía a sardinas y sudor. Llegaron a Antofagasta a un desierto primo hermano del de Tabernas y bajaron a Valparaíso y Viña del Mar. El padre se empleó en una mina de cobre y los llamaban los andaluces, aunque José siempre puntualizaba: “Soy de Almería, que no es lo mismo”.La madre Carmen aprendió a hacer empanadas, pero nunca dejó de freír pimientos verdes con la mano izquierda y a los niños se les mezcló el acento como el aceite con el vinagre. Y mientras iba llegando algunos almerienses más, de Sorbas, de Huércal o de Los Vélez, José, el almeriense, fue creciendo en una tierra hasta entonces extraña. Se juntaban los domingos a hacer gazpacho con tomates chilenos y lloraban bajito cuando llegaban cartas con el matasellos de Almería. Se graduó con aplicación en el Instituto de Secundaria de Puerto Montt y se tituló como ingeniero civil electricista en la Universidad de Santa María en 1943, el mismo año en el que formó la sociedad Aspillaga&Hornauer y después Rhona, líder en trasformadores eléctricos y germen del actual grupo empresarial. En sus memorias, dejó relatado el fundador de la saga, le marcaron las clases de un profesor suizo que les incentivaba a potenciar los propios proyectos y a ser creativos e independientes.
En 1951 contrajo matrimonio con Rosemarie Hermann con la que tuvo cinco hijos (José Luis, Ricardo, Carlos, Patricio y Claudio) y de ellos 20 nietos y cinco bisnietos con gotas de sangre urcitana. En 2003 se jubiló tras fundar una decena de empresas de alta rentabilidad y ser vicepresidente de la mayor empresa de electricidad del país que transformó, junto a su hermano Juan y otras familias como Marín, Del Real y Pérez Cruz, en el hólding que adquirió Gas Natural. Fue también fundador de la Asociación de Industriales de Valparaíso y entregó cincuenta becas mensuales a alumnos de su antigua Universidad. El Grupo Almería es dueño también de Alto Colorado, un campo forestal en Pichilemu y en la V región. José Hornauer, el almeriense que marchó a la fuerza a tierras americanas como tantos otros, falleció en 2010, con casi 90 primaveras, en su casa de Viña del Mar. A la vuelta de unos años, la empresa que nació de su talento emprendedor ha hecho multimillonarios a sus hijos y a los hijos de sus hijos, con un guiño en la solapa a la tierra que le vio nacer.
José Hornauer ‘el almeriense’ murió viejo y tranquilo, con la sierra de Los Andes en la ventana y un mapa de Almería pegado al cabecero de la cama. En su funeral, uno de sus nietos, que nunca pisó Almería ni vio una cabra en la Rambla, leyó en voz alta un poema que decía; “Hay tierras que uno lleva siempre en los zapatos, aunque camine otros caminos”.