El plumilla defensor de Almería en Madrid
Celedonio de Arpe creció en el fragor de la linotopia de La Crónica Meridional; marchó a Madrid muy joven y trabajó con Carmen de Burgos en el Heraldo; hubo un tiempo en que fue el primer paladín de la provincia en la Villa y Corte

Celedonio José de Arpe, periodista que trabajó en Almería y Madrid, en un retrato de juventud.
Se llamaba Celedonio José de Arpe y aunque a los ojos del presente sea un completo desconocido en esta ciudad que sigue igual de olvidada, hubo un tiempo en que fue un paladín de Almería en la Villa y Corte; un defensor de todo lo almeriense en Madrid, apoyado en el báculo de su puesto relevante en una de las cabeceras punteras de la prensa nacional; un periodista comprometido con su tierra almeriense de adopción, que se convirtió en una de la voces más influyentes de la Puerta Purchena en la Puerta del Sol.
En la última década del siglo XIX y la primera del XX, los políticos locales y los empresarios de la provincia pedían siempre a Celedonio que echara una mano con un artículo, con una crónica, en tal o cual asunto, en tal o cual aspiración de la provincia; y también porque este descollante periodista era amigo personal de José Canalejas, presidente del Consejo de Ministros, que fue también ministro de Fomento y de Hacienda en varias etapas.
Hasta cabeceras de la provincia como El Minero de Almagrera, El Ferrocarrilico o El Eco de Levante, pedían de forma frecuente en letra de molde que el paisano Arpe les echara una mano con el asunto del Desagüe de las minas o con inversiones para un tren por el Levante, ese que ahora, a la vuelta de más de un siglo desde entonces, parece que se va a hacer realidad en forma de AVE.

El Paseo de Almería en 1912, a la altura de la calle Rueda, López, maestro de Celedonio, en una época en la que el periodista trababaja ya en Madrid.
En realidad, el esmerado plumilla, que fue redactor jefe del Heraldo de Madrid, no era un paisano en toda regla. Celedonio nació en 1867 en Sevilla, aunque se avecindó pronto en Almería porque su padre fue destinado a esta ciudad como oficial de Correos. Su vehemencia juvenil por la lectura le hizo adentrarse también en la escritura de versos y con una resma de cuartillas manuscritas se presentó una tarde de 1886 en la redacción de La Crónica Meridional de Francisco Rueda, junto a la actual calle Reyes Católicos. Allí empezó a componer galeradas y allí firmó sus primeros artículos trabando amistad con otros jóvenes gacetilleros con alma de poetas como Paco Aquino, Juan Gutiérrez de Tovar o Carlos Felices. Siempre tuvo Celedonio a Paco Rueda como su maestro, a quien definía como el “defensor acérrimo de todas las causas justas de Almería”, quien le orientó en sus inclinaciones periodísticas, quien le guio en sus primeros pasos en la literatura provinciana y quien le introdujo en tertulias como la del Café El Gallego.
Siempre quiso volar Celedonio a cotas más altas, a pesar de la placidez con que transcurrrían sus días en Almería en una familia modesta y respetada. Aprovechó un viaje a Madrid en 1888, a responder por una causa de delito de impren ta que allí se instruía, para pasarse durante unos cuantos días por la redacción del periódico El Resumen donde trabajaba el periodista almeriense Justo Martínez Zamora. Allí conoció al que era su director, Augusto Suárez de Figueroa, quien una tarde confundiéndolo con otro redactor lo mandó a la Plaza de los Carros, en el barrio de La Latina, a escudriñar qué había de cierto en el rumor de que había llegado a Madrid el célebre Jack el Destripador por lo que estaba cundiendo el pánico entre las comadres del distrito. Ni corto ni perezoso, hasta allí fue Celedonio, sin conocer siquiera las calles de la capital. Al día siguiente, a toda plana, firmaba un artículo en El Resumen contando el asunto con pelos y señales y con un retrato de un pobre recaudador de contribuciones, un infeliz sujeto a quien la policía y el vulgo habían confundido con el popular asesino en serie que había descuartizado a cinco mujeres en Londres unos meses atrás. El resto de periódicos de relumbrón en la época -El Día, La Correspondencia y El Imparcial- no consiguieron nada más que hacerse eco de ese rumor impostado.
La sagacidad del periodista almeriense impresionó a Figueroa quien lo apadrinó y empleó a partir de 1891 en una nueva cabecera -Heraldo de Madrid- donde Celedonio de Arpe coincidió con una paisana que firmaba con el pseudónimo de Colombine, que tenía su misma edad y que también estaba alcanzando notoriedad con sus crónicas en la Guerra de Africa. Arpe se hizo un nombre en Madrid en poco tiempo como articulista y también como cronista de toros, firmando como don Severo y José de las Trianeras, en la Plaza Vista Alegre, donde ensalzó varias corridas de su paisano Relampaguito. En esa época aún estaban permitidos los duelos con arma de fuego y eran muy comunes que se retaran en lance de honor políticos y periodistas. En uno de ellos, en el campo de Vallecas, que enfrentó a su director Figueroa y al exministro de Marina, Beranguer, actuó Celedonio de padrino. No hubo derramamiento de sangre porque ambos duelistas fallaron el tiro, “a pesar de que las balas pasaron silbando”, relataba la crónica del momento.
Viajaba a Almería siempre que podía: acompañó al rey Alfonso XIII en el viaje regio de 1911 y vino también a enterrar a su amigo del alma, Paco Aquino. Hacía también grandes reportajes de Almería para el Heraldo que actuaban de altavoz de las necesidades perentorias de su tierra adoptiva en los distintos ministerios y defendió a capa y espada el papel de los periodistas de provincias, como el que realizaban sus antiguos compañeros de La Crónica Meridional. Se enfrasco con ahínco en conseguir que la correspondencia llegara y saliera de Almería por el ferrocarril de Linares a partir de 1899, no en coche de postas, con lo que se ganaba un día en el reparto.
Se casó, con Canalejas de padrino, con Isabel Fernández de Villalta y Sotomayor, pariente del vate cuevano, y en los últimos años de su vida regresó a Sevilla, dejó el periodismo activo y obtuvo una plaza como funcionario de Hacienda. Eso le permitió dedicarse a la literatura: compuso tres zarzuelas -Mi niño, El rosario de coral y Delirio de Grandezas- y las novelas cortas Carne y alma y Capote de paseo que fue adaptada al cine por su hijo Carlos. Ganó unos Juegos Florales con su poema titulado ‘Almería’. Falleció este noble valedor urcitano en 1927 y en el cementerio sevillano de San Fernando están enterrados sus huesos, aunque una parte de su corazón estuvo siempre en la calle Reyes Católicos de Almería, en el fragor de aquella vieja Crónica Meridional donde Paco Rueda le enseño de qué iba aquello de ser periodista.