Los retratos de Guerry
Allí fotografiaban a las bellezas de la época, a las parejas de casados, a los niños de Primera Comunión

Las hermanas Bautista con su madre retratadas por Luis Guerry en los años cincuenta.
Por su estudio desfilaron los personajes más importantes de la ciudad, desde obispos a políticos, así como generaciones completas de almerienses que quedaron inmortalizados por el arte de Guerry el día de la boda o cuando hicieron la Primera Comunión. Es difícil encontrar una casa en Almería donde no haya colgada una foto suya en la pared. Ir al estudio de Guerry fue el sueño de muchas jóvenes almerienses de la posguerra, que querían ponerse en manos del artista para ser retratadas con el glamour que hasta entonces sólo habían visto en las grandes estrellas de cine que aparecían en las revistas. Guerry les proponía un retrato personalizado, adaptado a la expresión de cada mujer para sacar de ella su lado más personal y todo su atractivo. Eran trabajos a medidas en los que el fotógrafo iba recorriendo con su cámara todas las posturas posibles y los gestos hasta captar el instante preciso, el momento de máxima belleza.
Nadie como él sabía jugar con los claro oscuros, con las luces y las sombras que perfectamente combinadas daban un resultado que causó furor en la ciudad y se puso de moda entre las muchachas de la época.
Ir al estudio de Guerry era el sueño de muchas jóvenes cuando dejaban de ser niñas y se vestían por primera vez de mujer. Posar para el artista, y luego ver el retrato expuesto en el escaparate, les concedía la aureola de pequeñas estrellas locales y el privilegio de poder exhibir su mirada más seductora sin temor a ser censuradas por la estrecha moral de la época. Había en esos trabajos una mezcla de pureza y seducción, de belleza salvaje y austera insinuación, que le daban al retrato el doble atractivo de las cosas prohibidas, de los amores inalcanzables.
Los domingos, cuando todo el mundo tenía por costumbre dar una vuelta por el Paseo, ir a ver el escaparate de Guerry se convirtió en un ritual. Por las mañanas, el cristal del escaparate se llenaba de los ojos llenos de deseo de los reclutas que bajaban del campamento y se pasaban las horas muertas viendo guapas. Por las tardes, iban los grupos de jóvenes a contemplar las fotografías, a inspeccionar con admiración y envidia a la vecina de su calle, a la compañera de clase que en un gesto de valentía se había atrevido a compartir ese lado oculto de su belleza que sólo sabía captar la mirada genial del fotógrafo.
Guerry también fue el retratista de los tímidos concursos de belleza que se organizaban en Almería.
En 1935, fotografió a la joven Aurorita Güil, que había sido elegida ‘Miss Playa’ en un certamen que se celebró en el Balneario de San Miguel. Ese mismo año, la Asociación de la Prensa puso en escena un concurso para premiar a la mujer más hacendosa de Almería, donde también estuvo la cámara inquieta de Luis Guerry. El certamen era para mujeres entre dieciséis y treinta años y consistía en que cada concursante tenía que realizar en público las pruebas de freir un huevo, zurzir medias y coser a máquina un dobladillo a la inglesa. La más hacendosa resultó ser Encarnita López Molina que se llevó el premio de un mantón de Manila. Después de la guerra no existió una manera más directa de mostrar los encantos personales que acudir al estudio de Guerry, ya que dejaron de celebrarse los concursos de belleza hasta 1958, cuando el presidente de la comisión de Festejos, Enrique Estévez García, organizó el Miss Feria en la Caseta Popular.
Fue en 1960 cuando el concurso cogió fuerza, gracias a la iniciativa de que cada aspirante al título de ‘La guapa de Almería’, tenía que mandar su fotografía al periódico Yugo, y allí, un jurado compuesto por hombres de reconocida moral se encargaba de elegir a las mejores. Las ocho señoritas cuyos retratos salieran publicados en la prensa, eran las elegidas para la gran final en la Caseta Popular. En aquellos tiempos, el hecho de que una joven saliera fotografiada en el periódico era, por sí mismo, todo un acontecimiento en la ciudad.
Como era de esperar, la mayoría de las muchachas que se presentaron a la elección recurrieron a Guerry para que con su mirada artística multiplicara sus encantos. La premiada, aquel año, fue Pepita Castillo Jiménez, una joven de 16 años, claro exponente “del fino encanto de tan distinguidas señoritas que siguen la tradición gloriosa de la belleza de las mujeres de Almería”, explicaba un folleto de la época.