Un soplo de vida para una calle histórica venida a menos
En la calle Arráez se acaba de inaugurar una sala cultural de lujo

Nueva sala cultural en Almería.
La familia Ronda ha recuperado una de las casas históricas de la calle Arráez y de paso ha transformado una de sus viviendas en una sala cultural que ha empezado a funcionar ya ofreciendo al público obras de cuatro autores. Después de intensos trabajos que se han prolongado durante los dos últimos años se ha conseguido recuperar una de las viviendas más singulares del casco histórico.
Se trata de la casa de dos plantas de altura donde en los años de la posgurerra estuvo ubicada la imprenta de Villegas y donde desde los años sesenta hasta su cierre, allá por los noventa, funcionó la papalería Roma. El edificio, rehabilitado en los años veinte, le daba prestigio a la calle y llegó a ser un lugar de referencia cuando en la planta baja estuvo funcionando la imprenta de don Antonio Villegas Oña, una academia en los años de la posguerra por la que pasaron muchos jóvenes aprendices que después hicieron carrera en el oficio.
Esa planta baja es la que se ha convertido ahora en una sala de exposiciones. Sus propietarios han querido aprovechar la belleza arquitectónica del recinto, con sus espléndidos arcos y sus paredes de piedra, para que forme parte del patrimonio cultural de los almerienses. Su puesta en marcha supone un soplo de vida para una calle llena de historia que se había llenado de soledades y había perdido todo el esplendor comercial que tuvo en épocas pasadas.
En aquellos días de apogeo, la calle Arráez llegó a contar con tres colegios: una academia particular que funcionaba en lo que hoy es el edificio del Archivo Municipal, donde también estaban ubicadas las oficinas de Acción Católica; un aula del colegio Diego Ventaja y la célebre escuela de los Flechas Navales, donde iban a formarse los hijos de los pescadores. El edificio de este centro educativo donde llegaron a convivir más de un centenar de niños, fue adquirido hace años por el Ayuntamiento que lo convirtió en oficinas municipales, quitándole a la calle la posibilidad de renovarse con nuevas familias que tanta falta le hacen al barrio. Junto al edificio de los Flechas Navales existían varias viviendas que también fueron intervenidas por el Ayuntamiento para levantar lo que hoy es un parking privado, que por fuera, arquitectónicamente, es un mamometro que rompe la esencia de esta vieja calle del casco histórico, con unas ventanas que le dan un insoportable aire de cárcel.
La nueva sala de exposiciones que acaba de nacer es un viento nuevo para una calle moribunda donde no queda ya ningún negocio y donde los vecinos se pueden contar con los dedos de las dos manos. Se puede decir sin temor a exagerar que dos calles primas hermanas que en tiempos pasados fueron principales hoy parecen dos campos santos por la soledad a la que se ven condenados: la calle Arraéz y la calle de la Almedina, donde solo queda en pie el estanco como recuerdo de su antiguo esplendor comercial. Parece difícil creer que en los años setenta entre una y otra calle hubiera tantos negocios como en el Paseo. En la calle Arráez llegaron a convivir dos tiendas de comestibles, una carpintería, una sastrería, una papelería, una tienda de discos, una bodega y tres centros educativos, mientras que en la Almedina todavía se recuerda cuando había tres bares, una panadería, una confitería, una carnicería, una fontanería, un taller donde arreglaban bicicletas y hasta una fábrica de caramelos. Hoy la única actividad que genera la calle es la del estanco de Mari Loli y la de refresquería de Nieto, que sobreviven como dos náufragos en medio de ese océano solitario que hoy es la Almedina.