Durante siglos, la bellota ha sido símbolo del bosque mediterráneo y alimento esencial para la dehesa, pero relegada en la dieta humana. Hoy, la ciencia la devuelve al primer plano. Un estudio de la Universidad de Córdoba confirma que este fruto de la encina posee un perfil nutricional y nutracéutico de gran interés para la alimentación humana, situándolo como un alimento saludable, sostenible y con potencial de futuro.

Rica en almidón, con un perfil de ácidos grasos similar al del aceite de oliva, libre de gluten y con un aporte relevante de fibra y hierro, la bellota destaca además por su abundancia en compuestos fenólicos y metabolitos secundarios con actividad antioxidante, antiinflamatoria y antimicrobiana. Propiedades que refuerzan su consideración como alimento funcional, en línea con las actuales demandas de salud y sostenibilidad.

El trabajo, basado en el análisis de bellotas procedentes de distintos individuos de encina, revela una elevada variabilidad natural, reflejo de una especie no domesticada. Mediante técnicas avanzadas de caracterización fitoquímica y metabolómica, los investigadores han identificado distintos perfiles asociados al tamaño, el grado de amargor y la composición química del fruto, así como la presencia de un microbioma diverso que podría influir en sus características sensoriales.

Publicado en la revista Future Foods y enmarcado en una tesis doctoral, el estudio abre la puerta a futuras líneas de investigación orientadas a facilitar el consumo humano de bellotas: desde la evaluación de su actividad biológica hasta la creación de catálogos de encinas con frutos especialmente aptos para la alimentación. Un primer paso para que un fruto ancestral, humilde y olvidado vuelva a ocupar un lugar destacado, esta vez no solo en el paisaje, sino también en nuestra dieta.