En lo alto de un cerro escarpado, rodeado por el río Nacimiento y el barranco del Caracol, se encuentra uno de los rincones arqueológicos más valiosos de la Alpujarra Almeriense: el Peñón de la Reina. 

Desde este balcón natural se domina todo el valle y se controla una de las rutas de paso más importantes de la zona, lo que lo convirtió, hace miles de años, en el lugar perfecto para vivir y defenderse.

Hoy, subir hasta este peñón es como viajar en el tiempo. El camino parte siguiendo el barranco del Caracol y sube hasta la cara norte del cerro, donde se encontraba la antigua puerta de entrada al poblado. Los restos que aún se conservan cuentan la historia de varias culturas que habitaron este lugar desde el Neolítico Final hasta el final de la Edad del Bronce.

Los primeros asentamientos, de la etapa neolítica, ocupaban las zonas más altas y difíciles de acceder. Con el paso de los siglos, hacia el 1600 a. C., se levantaron murallas para proteger el poblado, especialmente en las laderas más vulnerables. Estas defensas no seguían un diseño exacto, sino que se adaptaban a la forma de la roca. Junto a ellas, se construyó una puerta natural formada por un pasillo de roca, en ángulo, que servía de acceso.

Dentro del recinto amurallado, los arqueólogos encontraron una estructura que podría haber sido una cisterna para almacenar agua, algo fundamental para sobrevivir en lo alto de un cerro. 

La mayor expansión del poblado se produjo en la etapa conocida como Bronce Final, entre los siglos VIII y VII a. C. De este periodo se conservan restos de numerosas cabañas de planta ovalada, construidas sin un orden fijo pero aprovechando cada rincón protegido del viento y la pendiente.

Hoy, el Peñón de la Reina, en Alboloduy, no solo es importante para la arqueología, sino también para quienes buscan disfrutar de la historia en plena naturaleza. Desde lo alto, se puede contemplar cómo el Parque Nacional de Sierra Nevada tiñe de verde el paisaje, envolviendo este lugar en una atmósfera casi mágica.