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Juan Belmonte “Los peluqueros tenemos mucho de ‘pelucólogos’”

Juan Belmonte “Los peluqueros tenemos mucho de ‘pelucólogos’”

Evaristo Martínez
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Tiene nombre de torero y aunque la vida le llevó por derroteros totalmente alejados de los cosos es muy conocido, como los grandes diestros, por su apodo, Juan, por Dios! “Es una de mis grandes tarjetas de visita. Todo viene de una amiga que me tenía miedo y me decía: Juan, por Dios, no me hagas una cresta, no me hagas una cresta, que era lo que en aquel momento se llevaba”, explica Juan Belmonte, peluquero de profesión, mientras sostiene una caña y espera un lomo en adobo del Mini Bar, uno de los pequeños templos gastronómicos de la capital a los que es fiel en cada visita a Almería, donde viene dos o tres veces al año para perderse con su familia. “También suelen caer un chérigan de atún de Parrilla Pasaje y una hamburguesa de El Goloso”, apunta.



Nacido y criado en La Chanca, “de la Avenida del Mar”, Belmonte reside desde hace dos décadas en Madrid, donde en 2001 alumbró, junto a su socio Guillermo Lynch, su propio negocio, una peluquería llamada, precisamente, Juan, por Dios!, que hoy cuenta con dos establecimientos en las calles Pérez Galdós y Manuela Malasaña. “Nuestra filosofía es la de una casa de amigos. Los locales están diseñados como una casa mediterránea, dando presencia a los cuatro elementos -fuego, aire, agua y tierra-, con plantas naturales, algo que no está visto en las peluquerías. También tenemos espejos individuales y música apropiada para cada momento del día y disponemos de revistas de arquitectura, tendencias o moda en vez de las habituales del corazón. No nos gusta recibir clientes sino amigos y los tratamos como tal: queremos ser un oasis y un remanso de paz en el corazón de la ciudad”, explica.



Aunque quizás ahora existan en Madrid locales con características más o menos similares, lo cierto es que hace diez años Juan, por Dios! fue toda una revolución. “Al principio teníamos mucha clientela gay, mucho gogó, camareros, gente de la noche. Después comenzamos a tener chicas modernas y ahora mismo tenemos una clientela muy ecléctica y variopinta, desde señoras muy, muy pijas hasta señores trajeados y mucho profesional ‘freelance’: gente de televisión que trabaja detrás de las cámaras, pintores, artistas... Por lo general, suelen confiar en nosotros ese tipo de gente que de alguna manera, aunque vistan normales, tienen unas gafas, unos zapatos, una corbata que hace que te fijes en ellos, aquellos que siempre buscan un plus”.



Un punto arriesgado


Aunque a primera vista pudiera parecer lo contrario, Juan Belmonte defiende que Juan, por Dios! no es un lugar exclusivo para amantes de las tendencias. “Somos modernos para la gente que quiere algo moderno pero somos modernos porque sabemos hacer lo clásico, podemos romper porque sabemos construir. Estamos muy especializados en detallar el estilo de cada persona y sacarle un plus, siempre sin deformar la personalidad o sin que se vean disfrazados. No imponemos nuestra tendencia, nuestra tendencia es que la gente se vea como es: buscamos ese punto arriesgado que mejor le vaya a quedar”, señala, antes de desvelar lo más demandado ahora. “El estilo en chico es bastante clásico en laterales y nuca aunque con mucho volumen arriba, para peinar de tupé, cuadrado o en pico. La cresta también están empezando a volver. Y en chica se llevan las extensiones y, en color, los californianos, que ahora hacemos con color fantasía”. Y lanza un consejo: “El hombre y la mujer deben raparse al cero y dejarse el pelo largo al menos una vez en su vida, y también pasar de rubio a moreno y viceversa”.



Pero más allá de gustos particulares, Juan Belmonte sabe que el éxito de su negocio está en que sabe cuidar a sus clientes, algo que va más allá del oficio. “Los peluqueros tenemos mucho de ‘pelucólogos’. El setenta por ciento de gente que va a la peluquería es por algo malo: porque te veas fea, porque te ha dejado el novio... También por un acto social, claro, pero en general es para verte mejor. Por eso tienes que coger a esa persona que está un poco baja de moral, ponerla entre algodones y subirle el ánimo”.

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