40 años cuidando vidas: Toñi Cantón se despide de la planta de cardiología
La enfermera que lo dio todo en Torrecárdenas y hospitales catalanes, cuelga la bata con honores

Antonia Cantón fue parte de la séptima promoción de la escuela de ATS, la última de Almería.
En el Hospital Torrecárdenas hay pasillos que, con el tiempo, suenan distintos. No porque falte gente, sino porque hay voces que, al irse, dejan un silencio que no llena el bullicio. Esta semana, la bata blanca de Antonia Cantón —Toñi, para quienes la conocen bien— se descolgó del perchero por última vez. Toñi ha sido mucho más que una enfermera: ha sido presencia, entrega, una forma de entender la sanidad… y, sobre todo, la humanidad.
Nacida en 1960, no llegó al mundo en la Bola Azul, sino en una casa del emblemático ‘Patio’ del barrio de Pescadería, cuando estaba en su esplendor y rebosaba vida y vecindad propia de tiempos pasados. Tras cuatro décadas dedicadas a la enfermería —la mitad de ellas en Torrecárdenas, su casa profesional— Toñi se jubila y sus compañeros, con la gratitud que nace del respeto, le rindieron un cálido homenaje en el restaurante Catamarán.
En un SEAT 850
Toñi fue la menor de tres hermanas, y quizás por eso aprendió pronto a observar y a hacerse hueco. Estudió el COU en La Chanca, en una época en la que llegar a la universidad no era sencillo, y menos aún para una joven de barrio. Cuando llegó el momento de decidir su futuro, supo que salir de Almería no era una opción. Solo quedaban dos caminos posibles:
Con su humor seco y desarmante, admite que los niños no eran lo suyo. “No me gustaban”, dice entre risas. Así que descartó sin dudar el magisterio y se lanzó al mundo de la sanidad, donde, sin saberlo aún, estaba su sitio. Encontró en la enfermería la pecera perfecta para nadar.

Toñi Cantón en su etapa de estudiante de ATS.
A Toñi no la movía nadie si no era por decisión propia. Ni siquiera su marido, que ya vivía en Barcelona, consiguió que dejara los estudios a medias en Almería. “Primero termino, y luego ya veremos”, le dijo. Una vez titulada, puso rumbo al norte en su SEAT 850 y, pese a aterrizar en un sistema donde el catalán era obligatorio, entró a trabajar en el Hospital Universitario Germans Trias i Pujol, en Badalona. Allí, entre guardias, pasillos y haciéndose a la lengua vernácula, encontró algo más que un trabajo: encontró su primer hogar como enfermera, haciéndose con su plaza en el Institut Català de la Salut. Sin aprender catalán oficialmente, sin atajos. A golpe de puntos, de experiencia y de trabajo.
De Barcelona se fue a Gerona, donde la realidad le mostró la cara más dura de la profesión. “El primer día dije: me he equivocado” , recuerda entre risas y algo de tristeza. "El hospital era pequeño, sin UCI", no era su hogar sanitario de Badalona.
Cosas que el médico no sabe
No sin esfuerzo, cuando lo vio claro volvió a Almería, tras veinte años en Cataluña. En el último año del milenio Toñi ingresaba en 1999 en el cuerpo de
El hospital almeriense fue su hogar profesional durante más de veinte años. Entró como enfermera de planta en Cardiología, donde hizo de la monitorización un arte y del cuidado un gesto cotidiano. Pero no tardaron en ofrecerle ser supervisora en Medicina Interna, pero su alma estaba en la planta de cardiología.
Para Toñi, la enfermería es cuidar al paciente y a su entorno. Mientras el médico pasa unos minutos, la enfermera está presente todo el día, ganándose la confianza del paciente para conocer lo que nadie más sabe. Cuidar es escuchar, acompañar y apoyar tanto al paciente como a su familia en todo momento.
Y eso intentó transmitirlo a las alumnas que pasaron por sus exigentes manos. “Exprímeme —les decía—, pregúntame todo lo que se te ocurra”. Pero en un entorno donde la teoría domina, Toñi observa que “no todas llegaban con ganas de aprender”. Habituada a la batalla y al cambio esta enfermera de raza se enfrenta al ‘¿ahora que?’, una decisión que vendrá después de verano, con un “Gracias Toñi”.