La Voz de Almeria

Vera

Fallece uno de los decanos de los zapateros almerienses

Mateo Silvente Gallardo vendió calzado en Vera, Garrucha, Turre o Sorbas

Retrato de Mateo Silvente Gallardo, en su juventud.

Retrato de Mateo Silvente Gallardo, en su juventud.

Manuel León
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Se ha ido, con 95 años, uno de los zapateros más primitivos, quizá el que más, que quedaba en la comarca del Levante almeriense; ha fallecido en su casa de Vera, en la calle Isabel la Católica, en el corazón de El Barrio, como se le llama a esa zona de Vera entre la carretera de circunvalación y la Plaza del Mercado, Mateo Silvente Gallardo, nacido en 1930, en un pueblo con caudalosa tradición en fabricantes y comerciantes de calzado; ha muerto, por tanto, uno de los decanos de este oficio en el que tanto destacó por su buen trato, por su psicología aprendida en tanto viaje y detrás del mostrador.

Mateo fue siempre un correcaminos, de aldea en aldea, siempre risueño, en la plaza del Ayuntamiento de Sorbas, en la casa de Frasquito Baraza, en Turre o en la Plaza del Ancla de Garrucha. Él fue el que, con más brío, continuó la estirpe de zapateros remendones de la familia, transformándose en un comerciante moderno de la época que trajo los primeros zapatos de postín de las fábricas de Elche. Su padre, Mateo como él, había regentado un pequeño taller de calzado manual. Pero murió joven, con 56 años, con Mateo aún siendo un niño. La madre y los hermanos decidieron unirse y hacer un frente común para seguir adelante con el negocio. El benjamín, Alfonso, recogió el consejo del maestro don Juan Miguel Núñez para continuar estudiando y se hizo vista aduanas tras conseguir el número uno de su promoción.

Mateo creció trabajando, mirando a sus hermanos mayores coser suelas de cáñamo y echándose a otros pueblos a vender en cuanto le creció el vello del bigote. Atrás quedaron para el muchacho, el huérfano del zapatero de Vera, las correrías por la Plaza Mayor, observando al limpiabotas Ginés El Pichero sacar lustre a los zapatos de los indianos, mirando el expositor de pasteles de la confitería de Bernabé.

Los Silvente, con fino olfato comercial, decidieron dejar las abnegadas tareas de confección manual que dejaba pocos rentos, para convertirse en comerciantes y distribuidores del afamado calzado ilicitano.

Vera, con rancio abolengo de comerciantes y menestrales, era un mercado maduro, con la fábrica de Miguel Giménez en plena ebullición en San Antón. Decidieron, entonces, abrir nuevos horizontes en pueblos colindantes sin zapaterías. A partir de 1948, Mateo se agenció una camioneta Chevrolet del 39 y empezó a ir todos los lunes -día de mercado- y martes a Garrucha, a vender mercancía. Arrendó y después compró el viejo almacén de tejidos y coloniales de la familia de don Ambrosio en la calle Mayor. e hizo hueco vendiendo al fiado sus tenis, sus sandalias de goma y sus zapatos de medio tacón, entre los comercios de la zona: la tienda de tejidos de Andrés Garrido, los ultramarinos de las Casanova, la barbería del Escurrela o la caseta de Alejo en la Plaza. A Turre, Mateo iba los viernes del Mercado y a la Feria de San Francisco y a Sorbas, una semana por San Roque, donde coincidía con los Blanes, y se traía miles de duros en ventas.

Empezó a traer los cotizados zapatos de Elche: La Tórtola, Kelme, La Cadena.Apostó por la venta a plazos y conocía casi de memoria el número que calzaban los clientes con solo mirarle a los pies. Uno siempre recordará a Mateo con su media sonrisa detrás del mostrador y con su lapiz afilado detrás de la oreja para anotar los pedidos de sus clientes. Descanse en paz, el decano de los zapateros veratenses. 

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