Joaquín Gutiérrez lleva 50 años arreglando el tiempo y engarzando joyas de ensueño
A los 12 ya trabajaba, nunca ha parado. Sueña con retirarse al campo con wifi para poder jugar a la Play

Joaquín Gutiérrez.
Joaquín Guitierrez de la familia de los boquerones asentados en Roquetas desde 1800. Un auténtico joyero-relojero del pueblo de los que ya no quedan. En su taller la radio de fondo y los relojes de cuco que cuelgan en la pared de entrada sonando a cada hora. Él reconstruye el tiempo entre pósters de ACDC y Kiss. Reconoce que la vida ha cambiado mucho, que ahora empuja con orgullo el carrito de sus nietos y antes eso era cosa de mujeres. Joaquín es peculiar al punto de tatuarse a sí mismo con un compás el nombre de su mujer y sus hijos en los brazos. Ante todo tienen palabra y siempre entrega las piezas a tiempo. Lo que más valora es la honestidad.
Joaquín, ¿te acuerdas de tu primer trabajo?
Claro que sí. Tenía doce años y empecé en el primer pub que hubo en Roquetas, Mingo, allá por los años setenta. Aquello era lo nunca visto: aire acondicionado centralizado, hilo musical, máquina de hacer hielo… ciencia ficción en aquel tiempo. Yo iba al colegio, pero por las noches y los fines de semana trabajaba. En aquella época era lo normal, todos los críos ayudábamos en casa.
Y de servir copas pasaste a los relojes. ¿Cómo fue eso?
La familia que tenía el pub también era dueña de una joyería, Mingorance. Uno de los trabajadores se fue a la mili y me ofrecieron entrar como aprendiz. Tenía 14 años. Mi madre no quería que dejara el colegio, pero la convencí.
¿Quién te enseñó el oficio?
Antonio Medina, el viejo. Un hombre sabio. Me enseñó todo y confió en mí. Empecé arreglando piezas viejas, con una caja de zapatos llena de relojes rotos. Me subían al taller y me decían: “Toma, arregla esto”. Y yo aprendía mirando, desmontando, volviendo a montar.
Qué historia. Y todo eso mientras empezabas tu vida de adulto…
Sí. Me casé con 17 años. No fue por obligación, fue por libertad. Mi padre era muy recto. Recuerdo una Nochevieja que volví de día y me estaba esperando en la calle.
¿El matrimonio de toda la vida?
Sí. El secreto es pelearse mucho y perdonarse más. Siempre ha sido Lile la sensata.
Has criado cuatro hijos, ¿no?
Sí. Mi mujer. Con este oficio hemos sacado adelante a toda la familia. Ninguno me tomará el relevo, pero una de mis hijas ha sacado su propia marca de bisutería, se llama @Peculiar_handmade.
Casi medio siglo después sigues aquí, entre joyas y relojes.
Sí, pero yo siempre digo que soy más joyero que relojero. Me gusta crear cosas desde cero. He hecho guitarras en miniatura, clarinetes que se abrían con bisagra y los usaban para esnifar, firmas de oro con el trazo exacto de quien las encargaba como broche de corbata… Todo hecho a mano, pieza a pieza. Eso me da vida. Desde este taller he mandado piezas a más de 40 países
En 2008 llegó la crisis. ¿Cómo te afectó?
Me obligó a ponerme por mi cuenta. Llevaba toda la vida trabajando con los Mingorance, pero la cosa se puso mal. Pedí un contrato estable, no pudo ser, y tuve que lanzarme. Me daba terror. Yo no estaba acostumbrado al público, me ponía nervioso solo de hablar con la gente. Pero no me quedaba otra. Y aquí sigo casi 20 años después con mi propio taller, Noelia, en honor a mi hija pequeña.
A lo largo de tu trayectoria, ¿Cómo has visto cambiar la vida?
La vida ha evolucionado mucho, he visto la vida cambiar de verdad aunque ahora no lo pensemos. La primera vez que fui solo a comprar a Mercadona estaba avergonzado porque eso no era cosa de hombres. O nunca hubiera paseado a un bebé y ahora paseo encantado a mis nietos, y a mi nieta claro que la llevaría de pesca. Esas cosas antes eran impensables. Si hasta tuve un león de mascota, pero cuando se puso muy grande y lo di a un circo. Me arrepiento de no tener fotos de todos estos momentos.
¿Y tú? ¿Te ves jubilado pronto?
En cuanto pueda. Tengo 62 años. Mi sueño es irme a un pueblito de la sierra, con un huerto pequeño. Vivir tranquilo. El único requisito es que el pueblo tenga wifi porque me encanta jugar a los juegos de supervivencia de la Play Station. Me gusta la gente, pero me decepciona mucho. Me estoy volviendo un poco antisocial.
No parece que te canses del trabajo.
No, porque lo mío no es cansancio físico, es mental. Yo vengo todos los días. A las siete ya estoy aquí, con la puerta medio cerrada, arreglando relojes o puliendo anillos. Antes incluso los sábados, los domingos… Esto es parte de mi vida.
Después de tantos años, ¿qué es lo más importante que has aprendido?
La honestidad. En este trabajo, la confianza lo es todo. Cuando alguien duda de mí, me mata por dentro. Una vez me acusaron de haber cambiado una piedra y estuve a punto de cerrar el taller. No podía con la desconfianza.
¿Y cómo reconoces una buena joya?
Por su originalidad. No por lo que cuesta, sino por lo que transmite. A mí me gusta más engarzar una concha que un diamante. Las piezas con alma, esas son las que valen.