El paripé de la descontaminación de Palomares
“Lo acaecido en 1966 fue solo un simulacro, un paripé de cara a la esfera pública”

Imagen de archivo de Palomares.
Con el viejo litigio sobre la descontaminación pendiente de Palomares, Vera y Villaricos en la agenda, se reunieron en Washington el ministro de Exteriores José Manuel Albares con altos representantes del Gobierno de los EE. UU. Hace ahora un año se habían reunido los mismos responsables en el mismo lugar con idéntico tema. En la rueda de prensa que realizaron conjunta, el secretario de Estado Blinken, como quien no quiere la cosa, dejaba caer que los EE. UU. ya habían realizado una descontaminación en 1966. Los 58 años transcurridos, más la ignorancia y el olvido permiten tal osadía.
Lo acaecido en 1966 fue solo un simulacro, un pariré de cara a la esfera pública. En la ciudadanía esto comenzó como una intuición, pero con el Plan de Investigación realizado por el CIEMAT en la primera década del milenio, pasó a ser una evidencia. La alta radiactividad hallada obligó a restringir y vallar más de 40 hectáreas.
Cuando en febrero de 1966 completaron el mapa radiométrico y el país causante se percató de lo que se le venía encima, comenzó el juego sucio. La regla de oro de los inventores del marketing fue: minimizar consecuencias, maximizar cualquier respuesta. Comenzaron con falsear la superficie contaminada. Reconocieron 256 h. cuando eran 435. Los niveles de radiactividad en el mapa fueron reducidos de 10 a 12 veces. Hasta la conversión de alguna magnitud radiológica fue falseada. Las negociaciones por la descontaminación fue de lo más execrable. El gigante presionó a un dictador despreciado por casi todos los países y consiguió que se aceptara su nivel de radiactividad definido como “aceptable”. A pesar de ello, con la connivencia española, no fue cumplido. Dos años más tarde, cuando tuvieron un escape de plutonio en la fábrica de esas bombas, junto a Denver (Colorado) lo “aceptable” para sus ciudadanos y su tierra fue limpiar con efectividad un nivel 4000 veces menor.
Pero la abyección extrema fue el plan urdido al día siguiente del accidente por un aprendiz del Dr. Josef Mengele, llamado Wright H. Langham, famoso por inyectar a diecinueve pacientes afroamericanos o de clase humilde, inyecciones de plutonio como si fueran medicinas. El Dr. Langham planeó y consiguió dejar la máxima radiactividad para generar un escenario de experimentación a largo plazo, denominado en clave: “Proyecto Indalo”. Para ello, consciente de que eran agricultores, aconsejó el arado de más de 150 h. de tierras contaminadas para enterrar el plutonio, sabedor de que cuando lo volvieran a arar afloraría de nuevo en forma de polvo radiactivo, como así fue.
Sin embargo, cualquier medida remediadora era agrandada y realizada con máxima publicidad. Lo desalentador es que todas estas falacias se han mantenido tras el final de la dictadura y aún perviven. Está claro que las mentiras, repetidas hasta la saciedad por los EE. UU. y la Junta de Energía Nuclear de España, han quedado grabadas a fuego en el imaginario colectivo.
El inadmisible problema radiológico de Vera y Palomares podría estar solucionado desde 2010, en que se realizó un magnífico Plan de Rehabilitación de Palomares. Las excusas que han puesto los gobiernos son irreales: España no tiene un lugar donde almacenar de manera permanente los residuos que se generarían, pero sí podría aprobar un almacén temporal individualizado, como los existentes en las centrales nucleares, mientras se negocia la devolución del plutonio a sus legítimos propietarios.