La Casa de La Independencia
La Casa de La Independencia
Los almerienses que transitan a menudo por la calle Eduardo Pérez, ese hilo dental que une la calle Real con la Plaza de la Catedral, han visto estos día como una pala excavadora ha hecho añicos la casa señorial situada en el número seis, aunque se ha salvado la fachada histórica. Los dientes de acero han ido derribando tabiques y ventanas, removiendo cimientos y contrapuertas, penetrando en las habitaciones que fueron ocupadas durante más de un siglo por hombres y mujeres, con sus sueños y aspiraciones en la vida; estancias donde jugaron niños con caballos de cartón, o aprendieron aritmética o se ilusionaron con la llegada de los Reyes Magos. Una vivienda no solo son sus muros y sus ladrillos, es un hogar cuajado de recuerdos, de cosas que pasaron entre sus paredes y que ya no volverán jamás; aconteceres ya olvidados que se enterraron con las personas que allí vivieron, gozaron o sufrieron. Esa morada de la que hablo, de dos plantas y balcones de rejería, era propiedad del farmacéutico Juan José Vivas Pérez, el prócer almeriense que inventó el salicilato de bismuto, un antidiarréico que dio la vuelta al mundo en su época. En los bajos estuvo la redacción del diario católico La Independencia, cuando se llamaba calle Cid; de donde salían los sidecares con la tinta aún caliente para distribuir los ejemplares del día por la ciudad. En esa vieja linotipia, a la antigua usanza del plomo caliente, los redactores, bajo el patrocinio del Obispado, narraron durante décadas los aconteceres de Almería. Al morir el farmacéutico, la casa pasó a manos de su hijo Juan José, asesinado en la Guerra en la playa de La Garrofa, y después a sus nietos. Tras la Guerra, se estableció Carmelo Ortiz que abrió una imprenta en los bajos y que murió de forma fulminante de un infarto. También residió el farmacéutico Juan Bueno durante un tiempo. El último inquilino ha sido un bar de copas, en una calle donde proliferan este tipo de negocio y donde aún sobrevive el palacio de los Percevales, una señorial mansión más que centenaria y reconstruida, con blasones en la fachada, donde nació el genial pintor indaliano Jesús de Perceval y donde residió también María del Mar de la Cámara, mujer de Enrique Alemán. Las casas son como las personas: nacen, viven durante unos años y al final se derrumban, se van de nuestro lado para siempre. Sin que quede rastro.