Ocasión perdida
“Deberíamos analizar por qué hemos llegado a esta división insalvable de los públicos”
Mediada la semana pasada nos llega la noticia de la cornada mortal al torero Víctor Barrio. La mayor parte de la gente que se mueve hoy dentro del planeta de los toros sacó su punta de orgullo herido ante un hecho irremediable. Los matadores de toros decían que si comenzaran ahora volverían a ser lo mismo que fueron antes. Los ganaderos, los críticos literarios de la fiesta y en general todos los que viven del hermosos animal asociaron la corrida a las épocas clásicas.
Hay que tener en cuenta que últimamente la afición anda un poco dolida por la labor destructiva que los llamados antitaurinos infligen a las fiestas populares de los pueblos. Una muerte así era la ocasión para recordarle a los cobardes que no pertenecen a este mundo. Por otro lado las redes sociales estallan de malnacidos que se alegraban de la muerte un torero. Como escribió Fausto Romero: “Hay que ser muy canalla para injuriar a un muerto indefenso”. Me abstengo de llamar a los principales protagonistas de los ruedos “hijos de puta” y “asesinos de toros”. Lo que yo llamo la ocasión perdida debió orientarse de otra manera. Por ejemplo: En primer lugar deberíamos analizar por qué hemos llegado a esta división insalvable de los públicos. Por qué hay gente que quiere que no maten al toro mientras que abundan los sectores que prefieren seguir con las costumbres tradicionales. Desde una nueva sensibilidad el horror que produce un toro chorreante de sangre, víctima de tres puyazos (al menos), seis banderillas, una o más espadas y algún que otro verduguillo con suerte, no es para tratar al torero como si fuera un héroe homérico.
La admiración por el toreo ha caído en vertical a medida que sube el buen trato de los animales. Y como tantas cosas hoy día, todo está en relación con la edad de los aficionados. Basta darse una vuelta por algunas plazas para ver qué clase de gente es capaz de emocionarse todavía con las faenas que vemos. Luego está la urgencia de qué es lo que queremos salvar de la fiesta. Porque no todo es prescindible. Lo que salvaron tantos artistas, pintores, escultores, filósofos y publicistas bien podría ser guardado e incluso fomentado por los animadores culturales de masas. Todo menos la muerte, claro está.
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