La tortura diaria
Un artículo de veinte y cinco líneas lo escribe cualquiera con un poco de esmero y algunas lecturas. Ahora bien: escribir siete a la semana ya es más difícil. Y si te eriges en acrisolado columnista, la cosa se complica, porque ahora es el espacio asignado para ti el que manda, como esos nichos que esperan la llegada del féretro en algunos camposantos. Decía Sánchez Ferlosio que los fines de semana había menos noticias en las redacciones de los periódicos, y no porque la actualidad no las produzca, sino porque los periodistas tenían que descansar.
En ese plan, lo lógico sería que los diarios trajeran menos páginas en vez de aparecer en los kioskos con las mismas de siempre. He aquí una prueba clara de la dictadura del espacio. Hay que rellenarlo como sea. Para mí la tortura comienza a las cinco de la tarde, la hora taurina. Inexorablemente salvo enfermedad o rotura tecnológica, tienes que enviar el artículo aunque no tengas ni siquiera el primer soplo. Quienes tienen experiencia en esto, saben que lo peor es estar en blanco. Nos parecemos a esos cosmonautas que salen de la cápsula y se emboban ante la soledad cósmica. Ahora bien, cuanto dispones del tema ya pisas sobre seguro. Y no es que ya tengas el artículo hecho, pero por lo menos conoces una pista del mismo. Habrá quien se libre de la tortura rápidamente. Una cita por aquí, dos oraciones subordinadas por allá y un dato histórico de otro siglo aún más allá. Los que oímos decir en la escuela que el periodismo era actualidad no podemos correr tanto. Solo nosotros sabemos las horas que le quitamos al sueño pensando noche y día qué escribiremos mañana. Porque la preocupación no acaba con el envío de hoy. Hay que hacer lo mismo mañana, y al otro…
No voy hablar de honorarios ni de recompensas sociolaborales porque ahora lo primero que te dicen desde arriba es que están cerrando periódicos por la caída de ventas y escasez de publicidad. Tampoco entraré en la vida heroica que llevan algunos jugándose la vida diariamente allí donde no hay libertad de expresión. He hablado de tortura formal y quizá ésta mía no lo sea. Pero me parece que ya es hora de que se reconozca el trabajo y el mérito de la gente plumífera que tanto está haciendo por la moralización del país.