Que la fiesta no rompa la siesta
`Eso de tener a un ayuntamiento del PP prohibiendo las fiestas de barrio es un caramelazo para algunos`
Desde la manzana de Eva hasta la famosa Acta Volstead -popularizada en el cine de gángsters como la Ley Seca- la prohibición es un concepto literariamente atractivo y políticamente idóneo para apelaciones a la rebeldía y a la insurrección. Los nazis prohibieron escuchar la BBC en la Francia ocupada y los Castro la música rock a los cubanos. Y es que como decía Jim Morrison mientras la policía le sacaba del escenario, más ciego que un cuponazo, lo que está prohibido es prohibir. Por eso, cuando alguien esgrime el concepto “prohibición” para ponerse inmediatamente en contra, es porque sabe que va a tener apoyo de la gente. Da igual de lo que se trate: el personal detesta escuchar “prohibición” y siempre estará en contra de quien la imponga. Por ejemplo, la oposición municipal está manejando con mucha soltura el término para que así, la intención del equipo de Gobierno de corregir aspectos manifiestamente mejorables de las fiestas de barrio acabe convertida mediáticamente en una antipática prohibición. Y es que eso de tener a un ayuntamiento del PP prohibiendo las fiestas en los barrios es un caramelazo irresistible para algunos y algunas. Pero lamentablemente para los ingenieros del discurso-barricada, hay que decir que no se trata de una prohibición, sino de una mejora. Por mucho que se nos quieran presentar como ejemplares demostraciones de armónica convivencia, todo el mundo es consciente de los problemas que llevan esas fiestas a la puerta de su casa a miles de familias. Intentar corregir algunos aspectos no es prohibirlas, sino hacer valer los derechos de una inmensa mayoría para hacer compatibles la diversión y el descanso. De ese modo será posible, como cantaba Serrat, que el prohombre y el villano sigan bailando y dándose la mano, subiendo la cuesta cuando el barrio se viste de fiesta. Y sin fastidiar a nadie –me atrevo a añadir- su siesta.