Treinta años de imparables éxitos. O no.
“Si 30 años después de ser tan exitosos, Andalucía sigue a la cola de todos los indicadores, es que algo está fallando”
No sé si se han dado cuenta, pero a lo tonto a lo tonto, en Andalucía llevamos ya más de tres décadas (unos dicen que 32, otros que 33 años) gobernados por el mismo partido, el PSOE, bien en su versión de solistas del progresismo, bien en su versión de rondalla del avance social. Y aunque es cierto que todos y cada uno de esos gobiernos han contado siempre con el respaldo de los votos emitidos en libertad por los andaluces, no es menos cierto que tres décadas después, está claro que el modelo no ha funcionado como debiera. Y esto no lo digo yo, sino que lo dicen todas las estadísticas, los informes PISA o algo tan prosaico como una simple visita a un centro hospitalario público en Andalucía. Y dejo al margen la trepidante actualidad en las puertas de los juzgados y las diligencias policiales en curso. Claro que este análisis no es precisamente el que suele aparecer en la mayoría de medios de comunicación andaluces, para los que el modelo/régimen jamás ha escatimado lo más mínimo. De ahí que, por ejemplo, cuando uno enchufe la omnipresente radiotelevisión pública andaluza obtenga un relato informativo lleno de dulzuras y bonanzas. Pero les invito a que hagan un sencillo ejercicio de reflexión para comprobar mi argumento, que naturalmente no ha de ser compartido por todo el mundo. Vamos a ver: si treinta años después de ser tan imparables, tan avanzados, tan exitosos, tan brillantes, tan transversales, tan sostenibles y tan bien gobernados… Andalucía sigue a la cola de todos los indicadores de calidad de vida y desarrollo propios de las sociedades occidentales. ¿No cree que algo está fallando? Y como supongo que usted, como yo, está convencido de que los andaluces no somos ni más tontos ni más listos que los demás, parece claro que lo que falla aquí es el modelo/régimen de los últimos treinta años. Dejaré ahora a su consideración si es de tontos o de listos apostar por perpetuar la cosa.