Entre que ha comenzado a apretar el calor y que los medios de comunicación ya están más pendientes del mundial de Brasil que de otra cosa, va a ser difícil colocar a partir de ahora un titular que no tenga que ver con el fútbol. La cita deportiva acabará durante unas semanas con todos los males del mundo, o al menos los relegará a un papel secundario en los informativos. Es lo que tiene este deporte o las televisiones de plasma de más de 40  pulgadas, que emboban como ninguna otra cosa.

Los españoles vamos, en esta ocasión, con una selección que se ha destapado con una prima de 720.000 euros por barba si gana la final de la Copa del Mundo. Un disparate y un mal ejemplo para un país rescatado – sí, hubo un rescate a la banca que el Gobierno no recuerda pero los ciudadanos que lo estamos pagando sí-  que anda cogido con pinzas y en el que muchos hogares están pasando literalmente hambre.

Los futbolistas que nos representan están fabulosamente pagados en sus clubes, gozan de prestigio y fama, son idolatrados por cientos de miles de personas, pero sobre todo por muchos niños que, por desgracia, este verano tendrán que continuar asistiendo a los comedores escolares como consecuencia de la falta de recursos económicos de sus padres. ¿Era necesario este exagerado dispendio de premio en la situación en la que estamos? Pues igual no.

Llegados a este punto, he de confesar que soy un gran aficionado a este deporte - creo no se me había notado mucho-, lo que ocurre es que no termino de entender que las reflexiones sobre esto, que las ha habido, hayan caído en la sección de anécdotas.

A pesar de todo, saltaremos de alegría en casa o donde nos pille, si levantamos la Copa, si la Roja gana el Mundial. El problema es que habremos perdido una nueva oportunidad, y esta era muy buena, de decirles a nuestros hijos: mirad, por fin este mundo está cambiando. El fútbol puede con todo. Viva el fútbol.