Si a los lectores de este periódico pudiésemos preguntarles acerca de cuándo han recibido o enviado su última postal, o cuál  ha sido el contenido de la misma , seguramente nos encontraríamos con que el grupo de lectores que aún tienen a bien mantener esa ilustradora y vieja costumbre es bastante reducido. En cuanto al correo epistolar es mejor no mencionar nada. Nuestros antepasados han hecho uso de idénticas comunicaciones, pero con técnicas bien diferentes. Además de los coleccionistas, curiosos y admiradores de este preciso y precioso medio de comunicación, ahora solo podremos hallar a algún que otro turista que se detenga en las tiendas de souvenirs o en los tradicionales quioscos, si es que aún queda alguno en pie, para adquirir una tarjeta  postal y cumplimentarla telegráficamente  para remitirla vía correo postal. Hace unos años pude disfrutar de una magnifica exposición acerca de uno de los recorridos realizados por don Benito Pérez Galdós por diferentes ciudades europeas. La muestra ilustraba con tarjetas postales los lugares por los que anduvo uno de los mejores expertos en la literatura de viajes, como recogen diferentes obras, pero, especialmente en su “Viaje de un desmemoriado”.  Hace unos cuantos días tuve la oportunidad de constatar el desconocimiento de varias generaciones acerca del uso que siempre se les ha dado a las tarjetas postales. Relataba una compañera la curiosidad mostrada por uno de sus hijos adolescente tras hallar en el desván de la casa familiar una tarjeta postal en la que el abuelo comunicaba desde Madrid su próximo regreso de un viaje de negocios. El joven inquirió a su asombrada madre acerca del medio y la utilidad del mismo. Mi compañera no se detuvo mucho en buscar una respuesta amplia: Estas tarjetas eran los sms –servicio de mensajes cortos- y los whatsapp de entonces. Servían para lo mismo.