Tengo la sensación de que cada vez que damos un paso adelante en igualdad inmediatamente después retrocedemos dos. Ya no es que parezca que vivimos permanentemente en el día de la marmota sino que es aún mucho peor: nos estamos acostumbrando a despertar antes de ayer. Y en esto, las peor paradas están siendo las mujeres, a las que se sigue utilizando de mala manera.

Las vallas que ha colocado en la provincia una empresa para promocionar un producto agrícola, utilizando un doble lenguaje de dudosísimo gusto, debería de provocarnos una grandísima vergüenza a todos, incluidos los promotores de tan casposa idea. Sin embargo, no parece que de momento se vayan a retirar esos carteles, o al menos eso es lo que se deduce de lo que dice la empresa, que sigue en sus trece y califica la campaña de “divertida y fresca”.

En el barullo, también hay quien se ha preguntado si con esto de denunciar públicamente estos anuncios ganamos algo. Si no se estará amplificando esta campaña comercial y pervirtiendo, por lo tanto, el objetivo que se perseguía al revelar lo que publicitan. ¿Se ignora acaso a quien se ha empleado de manera violenta contra una mujer? No veo por qué esto ha de ser diferente. Ni tampoco entiendo que la empresa pueda pensar que lo importante es que hablen de mí, aunque sea mal, pero que hablen. Señalar comportamientos como este, no es que me parezca adecuado, es que es de sentido común y necesario para evitar que se reproduzcan.

Lo que ha quedado meridianamente claro a raíz de las denuncias públicas es que a pesar que de existan todavía en nuestra sociedad personas que quieren perpetuar ciertos roles, la mujer sabe perfectamente - aunque haya hombres que insistan en tutelarlas y en decidir por ellas -  que la lucha emprendida en los albores de nuestra democracia para evitar las desigualdades de género no es un camino sencillo, pero tampoco de vuelta.