Los antropólogos continúan debatiendo sobre el origen del homo sapiens, si evolucionó como especie interconectado al Homo erectus, o si lo hizo solo en África y luego migró fuera del continente. Dado que esta última hipótesis es la más extendida, parece que la evolución y la pervivencia del humano moderno es debido a la migración, así no es de extrañar que sean tantos los que, a diario pretenden buscar una tierra mejor donde tener esperanza de vida para ellos y sus familias, a pesar de poder perderla en el intento, a pesar de dejar a sus seres queridos sin saber si volverán a verlos, a pesar de desprenderse de aquello que les evocan tantos recuerdos, a pesar, no lo ignoremos, muy a pesar suyo.

Se hace imprescindible nuestra cooperación al desarrollo y en la diplomacia, en la búsqueda de la eliminación del brazo opresor y abusivo que les asfixia a los que están sumidos en la pobreza extrema y el hambre, para que puedan vivir en sus países de origen. No en vano, la ONU se propuso ocho objetivos del Milenio para 2015 que, es evidente, no se van a cumplir. Europa no puede continuar mirando para otro lado mientras la lava del volcán de la pobreza se extiende a su alrededor y, países como el nuestro siguen levantando barreras que acaban con vidas a diario, olvidando la prevalencia de la ayuda humanitaria y disparando contra la indefensión, tintando nuestras aguas de rojo.

Nos rodean multitud de hipócritas que dicen velar por quien está por nacer, a sabiendas de que puede morir en días o vivir con grandes dificultades, pero luego dejan morir o matan a los nacidos que buscan seguir viviendo. Sin embargo, parece que miramos impasibles una película frente al televisor porque, para gran parte de la sociedad, como nos sugiere el tan premiado título de Trueba, vivir es fácil con los ojos cerrados. Otro gallo nos cantaría si tan solo los entornáramos.