Cada vez cobra más presencia -si es que alguna vez la ha perdido-la frase que Shakespeare hace decir a Macbeth al final de la obra: “La vida es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y furia”, sobre todo cuando la ponemos al servicio del análisis del trajín de la actualidad informativa.

Supongo que todos recordarán el estrépito mediático con el que hace unas semanas se procesó –sumariamente- la noticia de la muerte de varios miembros de una familia de un pueblo sevillano, atribuida inicialmente y sin más pruebas que las ganas de escenificar una ceremonia colectiva de indignación, a una precaria situación económica que los obligaba a alimentarse de comida caducada tirada en los contenedores. Ruido y furia fueron los pilares sobre los que se levantaron informaciones, artículos y comentarios en las redes sociales que se resumían en una línea argumental rotunda: “Esta pobre gente ha muerto por comer basura como consecuencia de la miseria a la que les ha conducido este gobierno insensible y criminal”. Recordemos el desfile de enviados especiales de las televisiones más partidarias del espectáculo social, las manifestaciones ante el ayuntamiento y el crepitar de las tertulias más pluscuamperfectas. Pues bien, ahora el Instituto Nacional de Toxicología dictamina que las víctimas fallecieron como consecuencia de la inhalación de un pesticida contenido en unos tapones que la familia acumulaba en su casa. Un accidente; una desgracia. Pero no habrá espacio en las portadas, ni minutos en las tertulias, ni desfile de reporteros compungidos, ni vecinos indignados, ni nada. Olvidaremos todo lo dicho porque ya no hay percha en la que colgar el uniforme de ruido y furia que visten los que tienen más interés en el atrezzo de la indignación teatral que en esa cosa tan peligrosa, y a veces tan inconveniente, que es la verdad.