La Voz de Almeria

Opinión

Lo tuvieron en urgencias diecisiete horas en un sillón y sin comer

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El tiene ochenta y dos años. Su mujer setenta y ocho. Sobre las once y media la mañana la mujer notó que a su marido le pasaba algo, cambió su cara y un grito de dolor quería salir de su boca. La decisión no se hizo esperar y un vecino los llevó a Torrecárdenas. Los dejó en urgencias y les dijo que le avisaran para que fuera a recogerlos. Eran la doce del mediodía cuando se sentaron en la sala de urgencias a esperar que les llamaran. Un par de ancianos de ochenta años que no levantaron la voz, que no se quejaron, que miraban como iban entrando y saliendo enfermos que habían llegado después que ellos.


.-Estarán más graves que tú, le decía la mujer. Y él callaba, con un rictus de dolor en su cara. Y pasaron la una, las dos y las tres, y las cuatro, las cinco y las seis, y llegaron las siete, las ocho y las nueve, y hasta dieron las diez, las once, las doce, la una, las dos y las tres, las cuatro y las cinco de la madrugada también. A esa hora, tras diecisiete horas sentados en sendos sillones, alguien se acercó a preguntar a esa par de viejos ¿qué es lo que querían? Que sabían ellos, sólo que llevaban allí desde las doce del medio día esperando pruebas,  medicinas, comida. Eran las cinco de la madrugada. Un par de ancianos de ochenta años habían pasado desapercibidos en esa vorágine en que se convierten las urgencias de los hospitales. Alguien se había olvidado de ellos y allí seguían: Callados, silenciosos. Perdidos en un mundo que dice tener servicios de primera, pero que a algunos no les llegan. Y que siempre les ocurre a los mismos.


Los viejos no levantaron la voz, y como no tenían a nadie que por ellos la levantaran, fueron ignorados. No se trata de buscar culpables, para qué, pues sabemos que de nada va a servir. El político no va a dimitir, el sindicalista dirá que falta personal y el personal que bastante hace. Pero dos ancianos estuvieron durante diecisiete horas en unos sillones olvidados, sin comer nada durante todo ese tiempo. Pero como eran respetuosos, como no se quejaron de falta de atención, como el viejo aguantaba el dolor y comer ya lo hacen poco a esa edad, nadie se percató de su presencia. Historias de nuestra sanidad. Y dicen que es la mejor. Si no lo fuera ¿qué les estaríamos contando? Pongan el final que quieran a la historia. Es la sanidad.


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