El disturbio como fuente de ética
Sorprenden los paños calientes y la templanza editorial con esa parte radical de la izquierda antisistema
No alcanzo a salir del estupor cuando contemplo no sólo la fascinación que produce en muchas personas el disturbio, sino también los intentos de elaborar un cierto discurso de legitimación ética de sus fines. Hablo de lo que está pasando estos días en Burgos, que bien podría haber pasado en cualquier otro lugar, y que a buen seguro volverá a repetirse porque lo irrelevante en este caso es el motivo o la excusa esgrimida por los alborotadores. Por incomprensible que resulte, hay mucha gente que piensa que quemar un contenedor o apedrear una sucursal bancaria son respuestas justas y necesarias en determinados casos de “ataques a los derechos fundamentales” o lo que tengan a bien señalar los portavoces de un presunto sentir ciudadano. Pero que haya descerebrados con perfil incendiario es menos grave que esa labor de repujado moral que desde algunos medios de comunicación se quiere dar al barricadismo urbano, justificándolo sin mucho disimulo, o que algunas formaciones políticas radicales hablen directamente de extender la fórmula del cóctel molotov por todas las ciudades, como si ya nadie fuera consciente de que lo que se consigue con violencia sólo podrá ser mantenido con violencia. Y ya digo que sorprenden los paños calientes y la templanza editorial con esa parte radical de la izquierda antisistema que se considera legitimada a apostar por el caos cuando no está en el gobierno y, de modo especial, cuando gobierna el PP. Habrá que ir llamando las cosas por su nombre y recordar una vez más que es mucho mejor vivir en una sociedad en donde pese más el recuento de los votos que la fascinación por el disturbio como herramienta de legitimación y fuente de ética. En una democracia, los que apedrean, queman, rompen y asaltan tienen un sitio natural: el banquillo.