La inercia compulsiva del aplauso
“El caso es batir palmas y sumarse con voluntaria espontaneidad a las causas más diversas”
Siendo un pueblo cicatero para tantas cosas, los españoles demostramos una extraordinaria generosidad a la hora de brindar aplausos. Da igual a lo que sea. El caso es batir palmas con los demás y sumarse con voluntaria espontaneidad a las causas más diversas para evitar que de este modo se nos mire de modo atravesado o se nos considere descorteses.
Pero creo que habría que guardar más cautelas a la hora de mostrar seguimiento o admiración por personas o causas nada más que por no salirnos de la tónica general. Hace pocos días, el presidente de un importante club de fútbol español presentaba públicamente su dimisión al verse acorralado por la constatación de graves delitos financieros. A su alrededor, colaboradores y trabajadores ovacionaban con verdadero entusiasmo al presidente delincuente como si en lugar de marcharse al verse descubierto, hubiese protagonizado alguna hazaña meritoria. Y sin salirnos del lisérgico mundo del fútbol, todos recordarán las salvas de aplausos con las que los seguidores de otro importante club saludaban la presencia de una de sus máximas figuras en la puerta del juzgado donde declaraba por un millonario delito fiscal. Mano española no aplaude sola. No mencionaré ahora los estomagantes recibimientos que están recibiendo los asesinos etarras excarcelados al volver a su pueblo, y me limitaré a cerrar el tema señalando el ridículo exceso de condolencias sobre el ex presidente Mandela, objeto de todo tipo de reconocimientos por muchos que, a buen seguro, ni saben, ni conocen, ni comparten, ni sienten por la figura del líder africano otro interés distinto al de no parecer indiferentes al dolor generalizado.
Y es que al final, la más sincera va a ser la inolvidable Mazagatos, cuando dijo que ella seguía mucho a Vargas Llosa aunque no había leído ningún libro suyo. Pues eso.