La Voz de Almeria

Opinión

Los experimentos en Almería se hacen con gaseosa

La desconocida tradición que aún subsiste en un pueblo de la sierra provincial

Imagen de socios y autoridades en la histórica fábrica de La Filabresa de Serón al cumplir 70 años.

Imagen de socios y autoridades en la histórica fábrica de La Filabresa de Serón al cumplir 70 años.

Manuel León
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El ritual comenzaba cada noche de verano en alguna terraza de cine de Almería viendo una de vaqueros o de romanos, cuando los vendedores con el cubo bajo el brazo ofrecían en voz baja para no molestar la Orange Crush o la gaseosa fresca La Fortaleza, o cuando en el intermedio el esmerado servicio del ambigú dispensaba botellitas de refresco Dux o Iris para acompañar el bocadillo de tortilla o los cacahuetes.

Lo mismo que en los cines de la ciudad, ocurría en casi todos los pueblos, cuando casi toda Almería tenía su propia marca de gaseosas, un tiempo en el que la fiebre revoltosa llegó a los bares, guateques, a los graderíos de los campos de fútbol, y a las celebraciones familiares: “Beba gaseosa, con vino es deliciosa”. Venía de una tradición de industria artesanal que se inició en las primeras décadas del siglo pasado con La fábrica La Aurora, que despachaba aguas bicarbonatadas en sifones y refrescos espumosos, en la Glorieta de San Pedro; con las gaseosas de La Barcelonesa y elegante sifón de Agua de Seltz en Lope de Vega, con La Perla, de José Ortuño, en la calle La Reina y con las naranjadas y limonadas en polvo de Francisco Ferreiro Gandía.

Viene esta evocación espumosa a cuento porque aún resiste como en la provincia almeriense una empresa que mantiene su nombre como vieja fabricante de gaseosas. Es La Filabresa y acaba de celebrar sus 70 aniversario en Serón. Fue el impulso de dos hermanos, José y Manuel iglesias, que decidieron apostar por este negocio efervescente elaborando aquellas gaseosas antañonas, aquellos refrescos primitivos, aquellos sifones con los que se acompañaba el vermut artesano de postguerra.

Las siguientes generaciones de Iglesias han continuado con el oficio en ese antiguo poblachón de hierro y jamones. Aunque ya no fabrican, siguen anclados al negocio de la distribución de bebidas, merced a acuerdo con marcas como la cerveza Estrella de Levante, dando empleo a una veintena de personas, contribuyendo de forma humilde a evitar la despoblación del interior de la provincia. Ya no existe toda esa labor primitiva de elaborar bebidas como un orfebre en una fabriquita familiar. Las multinacionales americanas se zamparon todos esos negocios liliputienses. Ya solo quedan los ecos de los abuelos de aquellas zarzaparrillas, de aquellos elixires pueblerinos como La Virgitana, La Nijareña, La Orquídea, La Favorita o la Zagalilla, antes de que llegaran La Pitusa o la Revoltosa, antes de que La Casera reventara el mercado instalando su propia fábrica en Huércal de Almería en los 60 acabando con estos negocios de refrescos artesanales almerienses. Todos, excepto la tenaz Filabresa de Serón, con la familia Iglesias como Los últimos de Filipinas. 

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