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Opinión

Susana galopa y corta el viento

Susana galopa y corta el viento

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Ahora que José Antonio Griñán se acoge a sagrado y se parapeta en el Senado huyendo de la Justicia, han causado cierto revuelo (tampoco mucho, que la prensa no llega siempre al chiringuito) unas declaraciones realizadas en plan epílogo cariñoso en las que admite que el caso de los ERE fraudulentos ha sido determinante en su salida de la Junta de Andalucía: “Entre el daño que me puedan hacer a mí y el daño a Andalucía, elijo el daño que me puedan hacer a mí”, ha dicho en la entrevista, quizás con la misma determinación con la que el cabo Cascorro pidió una lata de gasolina para saltar el parapeto y achicharrar a los rebeldes cubanos que sitiaban su posición.


Pero lo malo de esta heroicidad política del señor José Antonio Griñán es que la paz que nos deja y la paz que nos da supone el señalamiento de una heredera que, por mucho que sus fieles digan que galopa y corta el viento, no parece capaz de saltar el brutal obstáculo del paro y la contrastada inoperancia del amalgamado gobierno que dejan en sus inexpertas manos. Pero tampoco conviene extrañarse por determinadas sucesiones: si Calígula nombró cónsul a su caballo favorito, nadie debería sorprenderse de que en la Andalucía actual la gracia cartujana que te hace ser la favorita del presidente pueda servir para otorgarte potestad de mando sobre todos los andaluces.


Así que más que como una vuelta al pasado, podríamos entender la saga-fuga de los Griñán-Díaz como un anticipo de la tercera (¿o vamos ya por la cuarta?) “modernización” de Andalucía.


La diferencia es que el emperador Calígula nunca estuvo bien de la cabeza, mientras que Griñán sabe perfectamente lo que se hace. Ahora que se va de rositas y también antes, cuando a su alrededor se hacía lo que se hacía.


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