El insuperable regomello de la vuelta
El insuperable regomello de la vuelta
Una de las noticias más irritantes a las que se enfrenta uno en estos días de regreso a donde se suele o, como diría un aspirante a pluscuamperfecto, en “la rentrée”, es la larga lista de informaciones y recomendaciones sanitarias para evitar la depresión que se abate sobre los más delicados en su vuelta a la oficina.
No es por nada, pero hablar de la angustia vital que experimenta un trabajador que vuelve a ocupar su puesto de trabajo en un país que acumula tantos parados como el nuestro debería producir el mismo bochorno que intentar distribuir sal de frutas en Somalia.
Llámenme loco, pero creo que el único sentimiento razonable que puede aflorar en un trabajador en esta época del año es el alivio por tener, al menos, un puesto de trabajo al que regresar.
Y tal como está la cosa, no es errado aventurar que más de una y más de uno darían algo por sentir esa especie de mareo fofo o desencanto visceral que, según los especialistas consultados, afecta a los trabajadores que regresan de sus días de vacaciones, sumiéndoles en una especie de regomello insuperable. Me van a perdonar, pero esto sólo se explica en que el final del verano es uno de los momentos críticos en cuanto a la aportación de argumentos periodísticos razonables. O eso, o en que sencillamente nos estamos amariconando colectivamente.
Y no me tiemblan los dedos al escribirlo así, puesto que he descubierto a lo largo de estos días de Feria la sorprendente tolerancia de los colectivos más vigilantes con los cánticos de las armoniosas charangas que, al grito de “maricón el que no bote” llenaban de animación y lírica el centro de la ciudad. Mucho boicot al vodka, sí, pero luego nos perdemos las mejores.