Cien días
Cien días
El Papa Francisco, Jorge Mario Bertoglio antes de su investidura pontificia, cumple cien días al frente de la barca de Pedro. Cien días no es nada en una institución que tiene dos mil años y que todo lo mira “sub especie aeternitatis” Pero aprovechemos la costumbre impuesta por los sociólogos y analistas de masas para intentar una pequeña cala en la opinión de la gente.
La impresión que parece como más consistente es que Francisco ha inaugurado un estilo nuevo en su apostolado vaticano. Su humildad, su decidida opción evangélica por los pobres, su franciscanismo ferviente como lo prueba el hecho de querer vivir aún en Santa Marta alejado de todo el boato palaciego, cae bien entre los católicos y no católicos. Le queda por hacer todavía algo mucho más complejo y es la reforma de la curia. Ahí es nada enfrentarse con la “rabies teológica” de encanecidos vaticanistas que luchan por el poder en la sombra. Dicen que el dimisionario Ratzinger se marchó al convencerse de que nada podía hacer contra el Satán escondido detrás de las sotanas fucsia y los mármoles gloriosos de Miguel Ángel. En el hecho de llamarse Francisco se le supone a Bertoglio la voluntad innegable de poner en su sitio el dinero, causa del hambre en el mundo y de sus trastornos. En su diálogo con los que no creen, los católicos deben ser afables y comprensivos sin recordar viejas consignas inquisitoriales. Hay un principio que dicta en las dudas,libertad, y por encima de todo, caridad.
Siempre se ha dicho que una de las pruebas del origen divino de Iglesia es que puede aguantar sin hundirse los más fieros embates ya vengan de la critica mundana o ya procedan de sí misma al estar compuesta por hombres flacos y de poca fe.