Una alergia inaudita
Una alergia inaudita
Aquella mañana nada más levantarme, noté un ligero escozor en las palmas de mis manos que aparecieron enrojecidas y llenas de eczemas, el picor era insoportable, pero como están las cosas tan feas ni por un momento pensé en llamar al trabajo para pedir permiso y visitar a mi médico de cabecera. En el archivo de la Biblioteca Nacional sufrí algunas horas después un shock anafiláctico, los alergólogos no llegaban a entender como pude salvarme. Pasé casi medio año encerrado en una habitación burbuja, como ellos la llaman, para que pudieran detectar el origen de mí mal, tenía que ver a mi familiar a través de un cristal como si fuera un sietemesino.
El diagnostico no llegaba y las investigaciones seguían estancadas y aunque mi estado de salud era bueno, por el centro hospitalario ya habían desfilado los mejores especialistas del mundo y mi caso era portada en las revistas más sesudas de divulgación científica, pero ninguna de aquellas eminencias que me visitaban y quería saber hasta los detalles más absurdos de mi vida funcionarial de archivero, daba con la tecla.
Un día mi primo Anselmo que llegó a ser concejal en Castelar de Los Gavilanes, y disfrutaba de un permiso penitenciario, se acercó hasta el hospital para saludarme, nada más verlo a través del cristal tuve una recaída y un nuevo shock aunque más ligero que el primero. Anselmo sin saberlo había esclarecido en camino de la ciencia y un doctor holandés, demostró en el laboratorio que los políticos eran la causa de todos aquellos trastornos y que hasta el contacto más superficial o lejano podía suponerme la muerte de forma súbita.
Un comité de 12 sabios de reconocido prestigio mundial, estuvo reunido para elaborar un plan y evitar que mi sistema inmune no se viera colapsado por cualquier imprevisto. Llegaron a una conclusión unánime debería retirarme a un convento de clausura, hacer votos de silencio y proseguir bajo la permanente supervisión médica. Yo era escéptico pues es sabido que el hombre es un animal político, algunos incluso hasta malas bestias.
La extraña receta funcionó y entre aquellos muros del claustro recuperé la salud y renací, hasta el día que la celda vecina fue ocupada por el monje Orellana, un antiguo diputado indultado de su condena a cambio de tomar los hábitos. El Comité de los 12 sabios, pensó que debería trasladarme a otro convento, pero como la eventualidad de un nuevo encuentro no podía descartarse, propusieron que viajara en uno de esos buques perdidos que navegan por los océanos y son abastecidos en altamar, no llevan tripulación alguna. Así viví aquellos años felices y sin vértigos o aquellas náuseas letales.
Un día el buque paro su motores salí a cubierta extrañado, era la primera que sucedía algo semejante, en la banda de proa un operario que acababa de descender de un helicóptero dibujaba el nuevo nombre del mercante: “ Bárcenas Company Spain “. Volvieron las taquicardias y una urticaria leve, que apenas duró unas horas, estaba curado pero no quise contar nada de lo sucedido y viaje en la nave hasta el final de mis días.