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Opinión

Abandono infantil y otras lacras

Abandono infantil y otras lacras

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Existen criaturas de ambos sexos que, en supina ignorancia, intentan escalar la cúspide de la fama. Inútil empeño.   Cuando habla un catedratico los demás deben callar. Ellos conocen a Don Ramon del Valle Inclán, posiblemente el más genial de las letras españolas.  De esa misma  época, Pio Baroja, Ramiro de Maeztu, Azorín, Rubén  Dario, Antonio Machado -para mí el mejor- y otros que sería prolijo enumerar.


A tenor del último de mis artículos he sentido una fusta que, sin consideración, castigaba mis espaldas desnudas. Un alivio la voz de mi admirada y buena amiga Pilar Pérez que quita penas y da alegrías.  Ambos sentimos la trágica situación que vive el mundo.


Las madres que abandonan a sus hijos no tienen corazón aunque, a veces, la extrema pobreza obliga a tomar terribles decisiones. Las cifras que leo referidas a 2012 dan escalofríos. El aumento es aterrador.  Además de bebés son abandonados niños que habían sido adoptados. Otras veces interviene la picaresca como en el caso de los niños marroquíes que al volver a su país tras una estancia en el nuestro son abandonados en el aeropuerto con el fin de que los servicios sociales se hagan cargo de ellos. Y que decir de los buzones para bebés, precidos a los antiguos tornos de los conventos pero con cuna, calefacción y atención médica inmediata.


Hasta hace bien poco España era un destino para muchos inmigrantes. Llegaban de otros países por distintos e increíbles medios, buscando una tierra de promisión e inmediatamente sentían la nostalgia del solar patrio.


Esta mañana en que yo cierro mi artículo, leo a un monaguillo de perra chica, cuyo descaro clama al cielo y la tierra. Dice el sinvergúenza de Monago que emplaza  a Cataluña a que apunte bien contra Andalucía, que gasta más que lo que recibe.


Cualquiera  que no conozca el paño puede confiar en las buenas intenciones que manifiesta  Mariano Rajoy,  pero al otro día cambia el rumbo  de sus carcomida barca y volvemos al punto de partida. Y el proletariado y la clase media camino del mismo destino sufren y siguen sus pasos por una senda bordeada de amargura.


Mi querida esposa me dice mimosa que  desea que haya un reparto equitativo y justo de los bienes terrenales. La indigencia entre los viejos, la muerte a tiros de personas en la plenitud de sus vida y  esos niños que mueren prematuramente le hacen dudar acerca del  Más Allá.


A ella deseo complacer con esta cita de autor desconocido para mi: “Bajo la luz de la hoguera donde el fuego abrasa, se abrasan gozosos, los  que verso hablan.


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