La Voz de Almeria

Opinión

La prisión de las palabras

La prisión de las palabras

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Cansa escribir al dictado de las circunstancias que más relucen, las que apremian y parecen que ellas solas impulsaran las teclas. La realidad puede encarcelarlas , si siempre giran sobren un mismo episodio, como las ondas que forma el agua si arrojamos una piedra sobre un estanque, pues nunca llegan a separarse del punto de partida. Y aunque las palabras quieran sublevarse, parecen que se ahogaran dentro de una realidad turbulenta y dentro de ese círculo concéntrico que se ha convertido en una obsesión. Ellas, las palabras, se vuelven más aburridas, más dóciles e inútiles. El episodio carcelario de la escritura, que ha provocado la corrupción no es solo una mala realidad, es también una inspiración que agota por su exceso de afluencia, una parada forzosa de la que ningún cronista está dispuesto a dejar de hablar y a repetirse, lo quiera o no, pues en lo que respecta a la originalidad, siempre es fácil encontrar a alguien que te anteceda. En este país abatido esas divagaciones pasan a un segundo orden y ahora se impone  las expectativas sobre las consecuencias de unos cuantos procesos judiciales, que van indagar los entresijos menos amables del poder y el opresivo abrazo que la corrupción le ha tendido, gracias a su muda complacencia o a un interés tan elocuente, que anticipa un enigma: ¿puede el poder subsistir sin la corrupción o la corrupción es una de sus adherencias inevitables e imprescindibles? Formulado en estos términos, se diría al poder se le presupone una inocencia inicial, una carga de buenos propósitos. Hablamos del poder que nace como resultado de unas reglas democráticas y no de aquel que por la ausencia de las legitimidades más elementales ya nace con el estigma, con la tara de carecer de justificación y ser de naturaleza tiránica. La exclusiva localización de la corrupción es los aledaños del poder, es una maniobra  facilona y muy entretenida, una torpeza que disculpa al resto de la sociedad y que concluye arrojando al político símbolo del poderoso por excelencia a la lista de especies defectuosas, ¿pero que pasa  que el resto de la  fauna social. Merecen una mejor catalogación? La política y su ejercicio no se desenvuelven en una burbuja aséptica, ni en un tubo de ensayo de un laboratorio que dirigen un inventor chiflado, los políticos corruptos los son, porque ante todo nosotros le permitimos que lo sean. Al contrario que la honestidad que sólo se la debe uno así mismo, la corrupción es una desgracia colectiva.


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