Nunca el seminario de Almería estuvo tan cerca de Dios
Almería no sería lo que felizmente es si los inmigrantes no hubieran arriesgado sus vidas surcando el mar que les llevó a nuestras playas

Imagen del seminario de Almería.
La decisión del obispado de ceder parte de las instalaciones del seminario menor para que un grupo de sacerdotes jesuitas lo utilice como centro de formación para migrantes es un hecho que debe ser valorado con el aplauso. Para los creyentes porque es un acto de misericordia. Para los indiferentes a la doctrina del Evangelio porque es un ejercicio de solidaridad con quienes viven más a la intemperie emocional y social en su huida de la miseria, la guerra o la desolación. Para cualquier ser humano con un mínimo de sensibilidad porque nada humano nos debe resultar ajeno.
Al obispo Cantero el problema de la inmigración nunca le ha sido ajeno; bueno, desde que llegó a la diócesis nada de lo que en ella ocurre le es extraño. Desde la relación con los sacerdotes a la economía, desde las cofradías a todos los movimientos sociales, desde las órdenes religiosas a los jóvenes, Cantero siempre está a pie de obra. Tanto está que en todos los encuentros privados que mantuvo con el Papa Francisco más de una vez, conocedor de que Francisco tenía interés en viajar a Canarias por la tragedia permanente de los cayucos, le planteo la posibilidad de aprovechar el viaje y visitar también los asentamientos de la provincia. No pudo ser, pero su decidida voluntad por ayudar a quien lo necesita y colaborar en la medida de sus posibilidades en solucionar un problema le acreditan, no solo en el cumplimiento del Evangelio, sino en su compromiso como ser humano.
Pero si la misericordia de los creyentes y la solidaridad compartida por creyentes y ateos no fueran razones suficientes para colaborar en la gestión del reto migratorio, hay otra razón que no deberían perder de vista, sobre todo los que parapetados en argumentos racistas o atrincherados en estúpidos supremacismos ven en la inmigración una amenaza.
Max Weber teorizó sobre la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad. Dos éticas a las que habría que añadir la ética del egoísmo. Y es a esta última a la que habrían de apelar aquellos que vociferan contra la realidad de la inmigración en Almería.
Puede molestar mucho a quienes disparan desde la trinchera de la extrema derecha, pero Almería no sería lo que felizmente es si los inmigrantes no hubieran arriesgado sus vidas surcando el mar que les llevó a nuestras playas huyendo de la desolación y la miseria. Sin los casi cien mil trabajadores y trabajadoras llegados de otras geografías y otras culturas que trabajan bajo los invernaderos, en los almacenes o cuidando a nuestros mayores el nivel de desarrollo alcanzado, desde Pulpí a Adra, desde El Ejido a Cuevas del Almanzora no solo no se hubiera alcanzado, sino que hubiera sido inviable. Digámoslo pronto y sin rodeos: los inmigrantes hacen el trabajo que no quieren hacer los autóctonos. Punto. Todo lo demás es demagogia racista.
¿Quiere todo lo anterior decir que hay que santificar a todos los inmigrantes? En modo alguno. Como en cualquier colectivo humano también hay personas indeseables que aprovechan su llegada para delinquir. Pero eso no puede inducir a demonizar a todos los que han venido solo a trabajar, que son, no lo olviden y miren a su alrededor, la inmensa mayoría
Los inmigrantes ya forman parte del paisaje de la provincia. Ahora el reto es ir más allá de la aceptación que impone la realidad laboral. Un más allá que está en la integración y eso solo se puede hacer a través de la formación.
La cesión de parte del seminario menor para que una pequeña parte de los inmigrantes se formen es un ejemplo a seguir. Por misericordia, por solidaridad o por egoísmo. La integración a través de la formación es la mejor arma y la más inteligente para evitar la consolidación de guetos eliminando así el contrastado riesgo de conflictos sociales que esa estructura de apartheid demográfico conlleva.
Si los niños y jóvenes almerienses tienen más de cien colegios donde aprender, decenas de institutos donde formarse en carreras y oficios y una universidad donde graduarse, ¿qué perturba el normal desarrollo de la vida ciudadana que un grupo de inmigrantes puedan de forma temporal conocer y aprender el idioma, los oficios y la cultura de la tierra a la que han llegado y de la que desconocen todo, salvo el esfuerzo y el sudor y las lágrimas que les ha costado y les está costando trabajar bajo el plástico, sobre el suelo de los almacenes o limpiándoles la mierda a nuestros padres y abuelos?
Cuánto racismo y cuánta estupidez.