La Voz de Almeria

Opinión

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Hoy como hace 32 años también es 23-F, la mera coincidencia en el calendario con un intervalo de tres decenios largos, permite concluir que vivimos en un mundo trasformado, irreconocible e impensable por mucho que hubiéramos querido intuirlo a principios de los ochenta. Nada se sostiene sobre las mismas bases y la aceleración de la historia nos hace más inseguros, con proyectos vitales más inestables.


Nuestra confianza es débil, enferma de susceptibilidad ante la mutación de las estructuras, de nuestros sistemas y sus definiciones, por la enmarañada convergencia en unos pocos años de invenciones tecnológicas cuyas consecuencias desconocemos, pero que ya ordenan y dirigen nuestras vidas de otra  forma y a otra velocidad.


Durante la tarde y la noche del 23-F de 1981, quedó bien claro en la conciencia mayoritaria de este pueblo, que la democracia estaba suspendida y secuestrada, más contundente resultó aún la certeza: que el retorno aún tiempo que queríamos olvidar, ya no era posible ni deseable. Que en la lista de las renuncias no íbamos a incluir, el robo a mano armada de nuestros incipientes derechos, libertades y garantías.  


Esa nitidez se ha volatizado y la interpretación de los acontecimientos, no se percibe a través de evidencias, como fueron los sucesos de aquel 23-F, pero no por ello deja de haber una similitud, entre aquel día y este, entre lo que no llegó a pasar entonces, pero si está sucediendo ahora.


Una misma emergencia, aunque de orígenes diferentes, nadie ha entrado en el congreso a punta de pistola y ha sacado unos cuantos tanques a las calles. Nuestros representantes volvieron a la cámara y nuestro país recuperó su cordura el mismo día 24 de febrero de 1981. 


Ahora el plano-secuencia, de un hombre de uniforme disparando al techo y humillando la voluntad de un pueblo no está grabado, pero la democracia está postrada y con cartilla de racionamiento, en unas papelitos que nos regalan cada cuatro años. Se ha consumado en un puñado de meses, la desaparición de derechos esenciales y se sigue trabajando en la inutilización de otros tantos, la ocupación política esencial es el desmentido y la excusa, el desvalido arte de las promesas que no perviven ni 24 horas. Un fantasma recorre cada noche la estancias vacías del Congreso y el Senado, se tumba entre los bancos de sus señorías y medita cual será el siguiente paso invisible que dé para destruirnos. Él sabe que alguien se estará preguntando: ¿podemos anticípanos y evitarlo o seguir esperando y después lamentarlo? 


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