Almería costa del narcotráfico, nueva edición
En esa época llegó a su triste cénit cuando una banda local y otra italiana convirtieron nuestras calles en un remedo de Nápoles

Imagen de una zona del Parque Natural Cabo de Gata-Níjar.
Una noche de 1980, cuando caminaba charlando animadamente con Paco Paredes por la Carrera de Montserrat tras un recorrido por las Cuatro Calles, noté que mi acompañante se ponía tenso súbitamente, mientras llamaba mi atención con un gesto en dirección a unas luces que destacaban en la lejanía.
Al mirar en aquella dirección, comprobé que lo que había despertado su alarma, era el centelleo azul de dos vehículos del 091 detenidos frente a la típica casa puertaventana de mis abuelos en la que nos alojábamos. Debido a sus orígenes en la revolucionaria cuenca minera asturiana, en aquel tiempo a Paco no le entusiasmaba la cercanía de las fuerzas de orden público, por lo que tuve que emplearme a fondo explicándole que estaban allí de paso.
Lo cierto es que, por razones que ahora no vienen al caso, en mi juventud tuve mucha cercanía con miembros de base de las fuerzas de orden público. Durante años, la casa familiar fue parada y fonda de patrulleros de servicio y lugar de reunión cuando los agentes estaban de asueto.
Bandas locales e internacionales
Más adelante, también tuve ocasión de conocer a componentes de las primeras unidades especializadas en luchar contra el tráfico de estupefacientes, quienes protagonizaron un épico juego del gato y el ratón con las mafias que estaban comenzando a instalarse en las costas almerienses. Como seguramente recordarán los lectores más veteranos, esa época llegó a su triste cénit cuando una banda local y otra importada del sur de Italia convirtieron nuestras calles y playas en un remedo de Nápoles.Por aquel entonces, no siempre estaba de acuerdo con lo que oía en esos cenáculos. Para ser sincero, tengo que confesar que la mayor parte de las cosas que escuchaba me repateaban profundamente.
Pero sí captaron mi atención dos ideas que circulaban por allí; la primera era que el poder político prefiere siempre, salvo honrosas excepciones con nombre y apellidos, mantener la apariencia de tranquilidad por encima de todas las cosas. La segunda, es la llamada “teoría de las olas”, que podríamos resumir diciendo que, por su situación geográfica a caballo entre África y Europa y a las puertas del estrecho de Gibraltar, la costa almeriense siempre estará sometida a episodios de delincuencia organizada, como en épocas anteriores estuvo sujeta a la piratería o al contrabando a gran escala.
Cuando la presión social y del estado consiguen reducir cada ola, en nuestro litoral se vive una época de calma, pero cuando esa acción se relaja, al poco una nueva fase de alta criminalidad organizada barre estas playas. Con el paso del tiempo, ya no tengo esa relación directa con los protagonistas de la lucha contra la delincuencia en el litoral almeriense, pero sí el privilegio de colaborar como lector “avanzado” (con todas las comillas posibles) en el proyecto editorial del género negro de ficción y no ficción que comenzó con la publicación de la obra “Almería costa del narcotráfico”.
A tiros
Reconozco que, ni con mi experiencia personal escuchando de viva voz a los pioneros de la lucha contra el crimen organizado, ni con la profesional revisando literatura del género negro, hubiera podido idear un guion o una novela similar a la que enfrentamos los almerienses cada mañana.
Un día nos desayunamos con una macrorredada, al siguiente con una reyerta a tiros entre clanes rivales, el otro con vehículos carbonizados, a continuación, un asesinato por venganza y rematamos la semana con incendios provocados de viviendas. Visto en perspectivo, tengo la profunda impresión de que la presente ola de delincuencia organizada está cogiendo una altura más que preocupante.
Y, lo que todavía es peor, cuando escucho a los máximos responsables de seguridad afirmar que estamos ante hechos puntuales o constato que, de nuevo salvo notables y valientes excepciones, nuestros representantes políticos cercanos están más preocupados por celebrar el día de la jibia que por arrimar el hombro en este problema, no puedo menos de reconocer que aquellos policías “chusqueros” de mi juventud quizás no estuvieran tan equivocados.
Porque si esta amenaza latente al bien colectivo más básico que les hemos encomendado preservar, que no es otro que la seguridad pública, no impele a nuestros dirigentes a formar una piña que transmita confianza a los ciudadanos, me parece a mí que estamos ante un tsunami que podría anegar la costa almeriense por mucho tiempo, si no se termina instalando de forma estructural, como no se cansan de denunciar voces autorizadas.