Salí corriendo del salón de usos múltiples, no sin antes acercarme al poeta Antonio Carvajal para que me volviera a recitar el soneto al que se había referido en su conferencia. El soneto era una frase (eso me llamó mucho la atención) y fue compuesto por José Juan Tablada, un poeta, periodista y diplomático mexicano de la primera mitad del siglo XX. El soneto decía así: “Go/za/ba/yo/ a/Bo/go/tá, / te/mi/ré/ y/me/fui.” Con este escrito anotado en el reverso de un tique de la compra me fui contenta camino de Jauro.

Para quienes lo desconozcan, Jauro es una pedanía de Antas que celebra sus fiestas en honor de San Isidro Labrador y siempre es un gozo acudir a este lugar impregnado de magia, situado a orillas del río Antas, de tierras fértiles y rojizas como en África.

Nada más llegar y atravesar la Era me encuentro con Juan Antonio, un paisano de allí, y le cuento que vengo desesperada por la insatisfacción en general que acabo de vivir en el pueblo. (Insatisfacción que me produjo un agotamiento atroz, lo que me condujo de una manera natural a una risa espontánea como salvaguarda para sobrellevar el tedio y la incomodidad de la extensa charla, y gracias a ella sobreviví afortunadamente.)

Delante del antiguo bar y tienda de Gabriel, con las dos puertas abiertas, le pregunto, por dónde se entra, él, con calma, me contesta, por donde tú quieras. Me siento y pido fritada de conejo, también de choto, patatas fritas del terreno y vino del país. Menudo banquete para dos.

Después bajamos al río, caminamos dirección al Charco de las Palomas y nos adentramos en el cañón que el río Antas forma en ese lugar paradisíaco, rodeado de inmensas rocas ocres, y nos tumbamos a la sombra para echar la siesta oliendo intensamente a ajedrea por doquier.

“Estoy en Jauro disfrutando de la vida.”