La Voz de Almeria

Opinión

¡Milagro Aureliano!

Un cajero por aquí, un barecillo o una tienda por allá; la Diputación ha conseguido el imposible: fijar población en más del 70% de los pueblos pequeños de la provincia

El presidente de la Diputación con el alcalde y concejales en Chercos, donde ha crecido la población.

El presidente de la Diputación con el alcalde y concejales en Chercos, donde ha crecido la población.

Manuel León
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Un día de hace ya más de una década, un avezado trotamundos de la revista Interviú llegó con mochila y cámara desde Madrid a un pueblecito almeriense de Los Filabres llamado Olula de Castro. Buscó desesperadamente al alcalde Guillermo Mesas -barbita recortada, pantalones tejanos- hasta que dio con él y le espetó a la puerta del despacho: “Señor alcalde, cómo en una aldea de apenas150 habitantes se va a hacer una piscina casi olímpica”. Y Rueda le contestó -fui testigo- “vamos a comer y te lo cuento”. Y se sentaron -nos sentamos- y se unió también al almuerzo Paco Martínez Sola, el regidor de Castro de los Filabres (100 habitantes, menos que un edificio del Zapillo. Y se lo contó- y se lo contaron- al periodista, entre habas, jamón y vino rosado: “¿Qué por qué una piscina tan grande para tan pocos? primero, porque aquí se pagan impuestos igual que en la ciudad; y segundo, porque si queremos que no se mueran estos pueblos tenemos que poner los bueyes por delante del carro y no al revés”. Era la época en la que algunos periódicos iban buscando pelotazos urbanísticos, tras los años de vino y rosas, como el aeropuerto de Ciudad Real o los residenciales fantasmas de El Pocero y el pueblecito almeriense se había considerado desde Madrid ave de presa en esa jauría de despilfarros y desmanes.

Probablemente -o no- Olula, sin esa piscina, habría casi desaparecido del mapa (ya no hay balsas como hubo hasta los años 60), por lo menos nadie se asomaría por allí en la canícula. No es tan inusual que mueran municipios: ahí están las cicatrices de Teresa, de Cabrera, de Aulago, de Albarico etc. A veces hay que hacer inversiones en los pueblos pequeños que no están justificadas, en el momento presente, si queremos que tengan esperanza en el futuro: sin riesgo no hay beneficio.

Viene esto a cuento por los últimos datos demográficos en Almería, una provincia -como tantas- atenazada por la despoblación, por la querencia que nos embarga a vivir en la costa. Dos de cada tres municipios de Almería, 70 de los 103, cuenta con menos de 3.000 habitantes, una amenaza larvada, porque abandonar territorios siempre es un paso atrás, un fracaso colectivo. No se trata de ser Málaga, pero sí de tratar de anclar a la gente, a los jóvenes, a los emprendedores a su territorio. Por eso, uno percibe como algo positivo el incremento que ha registrado la provincia en los últimos cuatro años en más de 30.000 habitantes, sobre todo en las serranías y umbrías del interior: de los 103 pueblos se ha crecido en 73, según el INE. Y en donde habitan menos de 1.000 vecinos, se ha crecido en 33 de 51. Como muestra un botón: Santa Fe de Marchena (28%), Lucainena (25%), Suflí, Somontín y Félix (más del 20%) o Cóbdar, una perla condenada a la desaparición, un 15%.

Mucha responsabilidad en este freno del éxodo casi bíblico al litoral lo tiene el presidente de la Diputación, el Ayuntamiento de los ayuntamientos sin dote ni ajuar, sin manto ni saya como la maya, la institución que ha contribuido a cercenar ese ansia de abandonar el pueblo -nunca mejor dicho- a toda costa; mucha incumbencia en esta reversión de la tendencia al desamparo rural la tiene Javier Aureliano García -no lo dice uno, lo dicen los números- a quien siempre se le ha escuchado hablar de escudos para que los pequeños pueblos no sufran: los cajeros, los bares, la tiendecitas, los programas de relevo generacional, en villorrios humildes de la provincia, han sido un invento suyo, un empeño suyo, hasta que las cifras le han respondido, como responde un campo que se abona con afecto. De él y de lugartenientes audaces con CIF en regla como los que hacen la mermelada de Chercos, el queso seronés, los merengues de Canjáyar, los embutidos Peñacruz, la cerveza de Velefique, como Víctor Compán que cría 2.500 gallinas camperas en Almócita o los que hacen posible el Museo de Terque, que fijan población, que evitan que media provincia naufrague como naufragó Benínar. Por eso, a veces sí tiene sentido una piscina en Olula de Castro o un polideportivo en Benitagla, donde no hay niños: para eso, para que los haya algún día. 

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