Yo era una de esas almerienses que abarrotaba el Auditorio Maestro Padilla la noche del estreno del documental “Concha Robles: el precio de la libertad” y tengo que decir, muy a mi pesar, que no me gustó nada. Ya desde el principio el sonido era horrible, y no es una simple apreciación mía, sino que también le pareció lo mismo a la gente con quien lo comenté, y luego los presentadores resultaban tan patéticos, sobre todo la mujer, que daban vergüenza ajena.

Quizá la única que se salve de esa noche sea la alcaldesa y su modesto discurso. Después le llegó el turno al director del documental, David Miralles, y su equipo de producción, y comparto su entusiasmo por haber creado una obra cinematográfica, pero aquello parecía que le habían entregado el Goya al mejor documental del año.

Y no, no es tan bueno. Es indudable que el hecho de reivindicar a Concha Robles, una actriz asesinada por su expareja en plena función de la obra “Santa Isabel de Ceres” en el Teatro Cervantes, es algo digno de destacar. Sin embargo, la manera de abordarlo no me llegó al corazón.

Está claro que el pésimo sonido influyó también y más cuando los actores realizaban alguna escena representativa de la vida de esta gran actriz. Pero es que cuando intervenían historiadores e investigadores lo hacían de una manera tan reiterativa que parecía que el único interés era hacer el documental lo más largo posible, y desde una perspectiva muy ligera.

Resulta escalofriante que en todo el acto no se mencionaran términos como violencia de género o machismo. ¿Acaso Concha Robles no murió asesinada por ser mujer? ¿Acaso su “Berdugo” no era un hombre machista que precisamente por eso no respetaba la libertad de su mujer de elegir su propia vida?

¿A qué mujer de tu vida le tiene que pasar para que te importe?