La Voz de Almeria

Opinión

En los jardines de España

En los jardines de España

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Tras la exposición dedicada a los jardines pintados por Sorolla, acontecida en Granada, y su paso ahora por el museo madrileño del pintor, no he cesado de meditar sobre la profundidad e importancia de estas obras, muy al contrario de la imagen de pintura fácil y superficial que una parte nada desdeñable de la crítica oficial ha querido transmitir hasta fechas recientes. Hay que analizarlas en el contexto regeneracionista de su época, cuando se quería ofrecer una imagen nueva del país, más moderna y acorde con los nuevos valores de esa incipiente contemporaneidad, entendida desde nuestra óptica de hoy.


Superados los clichés del romanticismo folclórico -paridos para el disfrute de un público extranjero, amante de los tópicos castizos- que tuvo en los seguidores de Fortuny una legión de decadencias y falsas pinturas, el círculo intelectual de la Institución Libre de Enseñanza tuvo una seria preocupación por la conservación de los jardines monumentales españoles -en el sentido moderno que hoy tenemos para la preservación del patrimonio histórico- y por la recuperación de su verdadero espíritu y esencia original, desde el respeto a la verdad para su definitiva puesta en valor. Fueron precisamente artistas y poetas como Sorolla o Juan Ramón los más preocupados por la lamentable situación de abandono que presentaban muchos de estos lugares, paridos para el deleite y la fascinación. En 1930, el joven pintor Javier de Winthuysen publicó su libro ‘Jardines clásicos de España’ tras haber fotografiado y documentado los más importantes jardines históricos. El volumen apareció con la dedicatoria “al poeta Juan Ramón Jiménez y a la memoria del pintor Sorolla”. Tampoco debemos olvidar a Santiago Rusiñol, que hizo de la pintura de jardines el objeto único de su obra en su etapa postrera. Y con Falla sucede otro tanto; su célebre obra ‘Noches en los jardines de España’ ahonda en la contemplación ensimismada y poética, mpresionista, de todo este grupo de creadores.


Sorolla odiaba, entre otras cosas, las corridas de toros. Detestaba caer en la españolada; había renegado de todo lugar común, de los “apuntes de pandereta o abanico”, y era consciente de la riqueza cultural y la necesidad de interpretar la identidad de cada lugar con respeto y fidelidad a su verdadero carácter. Entroncaba así con la mentalidad europea, mucho más avanzada que el pueblo español en la defensa del patrimonio cultural. En sus cuadros atinó a representar la esencia del jardín hispanomusulmán con una estilización abreviada y depuradísima, acompañada de una pasión y vehemencias únicas ante la contemplación del natural; una emoción que nos llega intacta un siglo después.


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