La Voz de Almeria

Opinión

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El que no oye nada ni sabe nada, ni hace nada, pertenece a la numerosa familia de los Chinchillas que nunca ha servido de nada”.


En la imagen aparecen dos hombres –al parecer, aristócratas o clérigos- inmovilizados por sendas camisas de fuerza; uno sentado y recostado en el suelo, el otro en pie y desplomada su espalda contra una pared. Los escudos heráldicos de su genealogía se encuentran bordados  sobre las paralizantes camisas. Sus ojos cerrados como en un pesado sueño o letargo ancestral; forma de sugerir una mente ignorante donde la luz está todavía por penetrar.


Las expresiones de los rostros denotan la parálisis de toda actividad neuronal. Los cráneos están seccionados a la altura de la media frente y las orejas tapadas con unos enormes candados, en alusión –más que probable- a su cerrazón y estupidez; totalmente sordos al saber o al conocimiento. Sus bocas abiertas -emitiendo sonidos monosilábicos- esperan pasivamente el alimento que les procura un tercer hombre con los ojos vendados y orejas de burro.


Con una cuchara de palo extrae el brebaje de un enorme caldero de dos asas. Sin duda se trata del alimento de la Ignorancia, que mantiene a estos inútiles con vida. Uno de ellos sujeta en su mano derecha un rosario y el otro lleva colgada una inservible espada ceremonial. En ambos seres destacan, abultados y prominentes, los genitales por debajo de las camisas, envueltos en sendos paquetes que la luz escruta de forma indiscreta; indicio –sin duda- de una necesidad sexual, primaria y animal, que les otorga cierta condición de criaturas. Sordos y ciegos al mundo real, viven su particular parálisis, impermeables a los problemas y necesidades reales de la sociedad.


La especie fue evolucionando con los tiempos. Tuvo que recobrar cierta actividad para sobrevivir, dinamitados sus privilegios con la caída del antiguo régimen, el advenimiento de las sociedades libres y las nuevas valoraciones del individuo. No obstante, siempre ocuparon la cúspide aunque procedieran de lo más bajo, trasmutadas sus apariencias por virtud de los disfraces requeridos en cada momento.


Llegadas las modernas democracias, han empleado sus escasas neuronas en procurarse su estatus de criaturas inmóviles y funcionarias, soldados sus cuerpos –monolíticamente- a sus respectivas poltronas o sillones de la abundancia. Gastan toda su energía en hallar el poder y mantenerse en él. Para ello sirven únicamente a su interés; mienten por norma, nunca toman medidas impopulares –aunque sean necesarias- y aguantan todos los chaparrones en sus trincheras.


Esperan que el olvido de sus electores surta el efecto deseado. Ansían prebendas y mejores cargos de sus superiores, a los que adulan babosamente. Constituyen toda una casta de necios e inútiles, caraduras y sinvergüenzas, a los que desprecio abiertamente.


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