La historia del domador manco
Idea para un relato breve: en su vejez, un domador manco y con el rostro desfigurado por las cicatrices, rememora sus años dorados como estrella del circo. Apunten la frase “Ningún tigre se hace vegano” como posible título, aunque a lo mejor habría que darle una vuelta. En todo caso, para contar bien esa historia habría que volver al momento en el que el entonces joven domador ignoró todas las recomendaciones de prudencia que le llegaban y presentó ante su público un novedoso número de fieras amaestradas.
El más difícil todavía. Una sensacional renovación del espectáculo circense consistente en que los tigres se comportarían como afables cachorros y se alimentarían con verduritas. Un concepto neojipi del retorno al edén original y la plasmación de la convivencia armónica entre humanos y bestias, etcétera. Pero algo salió mal. Y ahora, tullido y olvidado en una residencia, el ambicioso domador reflexiona sobre sus errores, porque cuando los tigres tienen hambre no respetan la ley, ni tampoco la jungla. Y ese concepto, además, nos serviría para reflexionar sobre el desmedido ego de quien pretenda dominar la tendencia natura de las cosas y alterar la genética de las especies. Los tigres llevan escrito en las rayas del lomo su código de furia, y es absurdo esperar que se comporten de otro modo.
Y más aún cuando hay tigres capaces de hablar que recuerdan a cuantos quieran escucharles que no están dispuestos a actuar al son del látigo del domador, sino que en la pista se hará lo que ellos dispongan. Y aunque el domador prometió a todos que jamás lo haría, finalmente intentó cabalgar al tigre, y no ya por satisfacer a su público más entregado, sino para colmar sus ansias de foco y fama.
Pero aunque el domador tenía derecho a jugarse las extremidades, no tenía derecho a hipotecar el futuro de todos los asistentes al espectáculo. Y eso es lo que pesará para siempre en el recuerdo del irresponsable, narcisista y mentiroso artista.