En mitad del sombrío invierno
A medida que voy haciéndome mayor va disminuyendo mi consideración por el futuro como ese concepto genérico en el que depositar esperanzas y resolver dudas. A estas alturas, tengo más confianza en que en los años venideros alguien pueda llegar a mi casa a explicar las claves de la limpieza de la ropa blanca gracias a alguna lejía poderosa, que las razones por las que los almerienses pensamos que el fin de la Feria es siempre el preludio de la Navidad. Si usted no recuerda el anuncio de la señora que venía del futuro con el detergente en la mano es probable que todavía ande dándole vueltas al tema, así que me centraré en lo que quiero decir: la incomprensible melancolía invernal que se apodera de los almerienses en cuanto se disipa el eco del último petardo de la traca fin de Feria. No sé bien por qué razón pasa eso, pero si es usted uno de los miles de almerienses que estos días se debaten entre la postración emocional y la languidez estacional le recuerdo lo obvio: el verano no se ha acabado. Es cierto que el verano no habla (si lo hiciera, probablemente sería para reivindicar la autoría de dos de las grandes aportaciones de España al género humano, como son el gazpacho y la siesta) y no nos puede advertir de que su duración, en Almería, excede del límite marcado por el calendario y que, rogándole a los apóstoles del cambio climático que se abstengan de reñirme ahora, todos sabemos que el denominado “buen tiempo” se extiende aquí prácticamente hasta noviembre.
Por lo tanto, no caben hipocondrías y aflicciones por tener que volver a sacar la rebequilla del armario. Aún falta mucho para eso. Otra cosa es pensar que a estas alturas del año no sólo estamos sin Gobierno, o lo que sea, sino que vamos a volver a las urnas en noviembre para repetir otro resultado ingobernable. Eso sí que nos sitúa en el escenario del tétrico villancico inglés que allí siguen enseñando a los niños: “in the bleak midwinter”, o en mitad del sombrío invierno. Qué frío.